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Paisaje sin figuras

El escenario político que los españoles nos habíamos acostumbrado a ver desde el comienzo de la Transición no solo se está quedando sin los actores que durante años habían encabezado las funciones sino que corre el riesgo de perder habitaciones y muebles y hasta dejar caer el telón de fondo que ha enmarcado nuestro paisaje público.

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Cierto es que los repartos habían ido sufriendo cambios y retiradas. Los que un día fueron estrellas que llenaban el corral de comedias pasaron a jarrones que no se sabía muy bien dónde colocar para no tropezar con ellos. Pero, en cierta forma, el paisaje se mantenía y el telón de fondo permanecía inmutable.

Y eso es lo que está cambiando. Que ya ha cambiado. Hay cierto aire de desbandada en la compañía, o al menos en la parte que tras haber dominado los carteles durante mucho tiempo han visto cómo les mermaba el público y les iban dejando sin camerinos.

La percepción del cambio, la precipitación incluso en la caída del telón ha venido, sin duda, marcada por la retirada de quien desde el origen de la democracia había presidido el escenario, el rey Juan Carlos. Una caída del cartel, una abdicación voluntaria, sí, pero que a nadie se le oculta se ha visto obligado a tomar forzado por la circunstancia. Y en la circunstancia cabe todo lo que cada cual quiera meter pero de donde no se pueden sacar sus propios errores de la última época y los turbios manejos económicos de su yerno y de su hija.

Ese cambio en el horizonte ha sido consecuencia y detonante al mismo tiempo de otra verdadera cascada de desplomes, rápidos, turbulencias y ahogamientos que no parece sino haber hecho empezar y que afecta sobre todo al campo de la izquierda pero del que no es ajeno, aunque pueda cegatamente pretenderlo, el actual partido de gobierno.

Pero es el PSOE, sobre todo, por su condición otrora hegemónica en España, quien sufre en sus carnes una convulsión total y un cierto aire de liquidación por derribo donde se saldan en almoneda los muebles y hasta la dirección de la propia tienda llamada Secretaría General y donde no parece que haya aspirantes de sobra contrastados para dirigirla.

Los espectadores asistimos con la sensación de estar presenciando un cierto fin de ciclo, cuya última escena ha sido el muy emotivo y aplaudido “entierro” de Rubalcaba, como muy bien definió el propio “enterrado” y el estreno de una nueva temporada, marcada sin duda por el nuevo Rey Felipe al que por algunos se le supone y establecen poderes y capacidad de arreglos que no tiene.

Porque es cierto que su figura preside el escenario, pero no es ni quien dirige la compañía ni quien tienen la propiedad de la sala, que es el público y el pueblo soberano con derecho a butaca y voto.

Un aire, pues, de final de representación que unos conciben y pretenden que concluya pegándole fuego al teatro, otros estiman que son necesarias obras de reforma serias y cambio de repertorio y actores y algunos suponen que con un revocado de fachada será suficiente.

No parece esto último, a tenor de las conmociones, ni que sea la salida dar al fuego todo porque en ello está la convivencia, la mejor etapa de democracia, libertad y avances en nuestra historia y que prendida la candela de las cenizas y la ruina luego no se vive. Pero todo ello habrá que verlo y ver qué sentencia dictan tanto el patio de butacas como el gallinero.

Las filas impares, las de la izquierda, tienen dentro una buena ensalada. Por primera vez en años, se disputan quién va de tomate o de pepino, quién de aceite o de vinagre, cuando parecía para siempre establecido que el cacho bueno era el del PSOE.

Pues ahora, encima, cuando eso empieza a no estar claro, resulta que aparecen los pimientos de Podemos como terceros en discordia. Y la disputa adquiere un cierto aire de pisto o, ya que estamos en verano, de pipirrana, pues al mismo tiempo estarán enzarzados en la pelea por la primogenitura de esa rama de la familia tienen en el entrecejo ver si juntos y aunque sea revueltos se hacen con buenas hijuelas en municipales y autonómicas.

A quienes ahora detentan el mayorazgo y el poder, los del PP, suponen que todo ello en poco les afecta. Sobre todo porque a ellos no les ha crecido ningún hijastro con Vox. Que el revoltijo en las izquierdas no es aplicable ni a lo suyo ni a lo común de España.

Y, ciertamente, no lo es del todo, pero en su base y en su fondo y aunque ahora no lo parezca, porque en el poder siempre parece que eso no toca, el corrimiento de tierras es de calado y les va a alcanzar, les ha alcanzado ya, en pleno rostro.

Quizás, es cierto, que por otros conductos. Pero no será muy diferente la conclusión en muchos ámbitos y la desaparición de muchas caras y nombres en las listas de los próximos carteles. El poder omnímodo en determinados territorios, la sensación de impunidad, las mil y una corruptelas en suma, van a ser en las filas pares el factor de obligada limpia, por las buenas o por las urnas, que dice el líder de Ciudadanos, otra de las caras emergentes que aparecen en los nuevos reclamos.

Porque lo que ya no es previsible sino realidad inmediata es que el es escenario de ayer ya no será el de mañana. Que muchos de los actores que representaron la última función no van a ser ya ni figurantes en la próxima.

Que –y particularmente en un lado las carteleras- no van a tener nada que ver con aquellas, primero en las próximas elecciones locales, pero luego y desde luego en las en las próximas generales y como decía quien un tiempo pastoreó el mayor de los rebaños electorales, esto “no lo va a reconocer ni la madre que la parió”. Pero me parece que Guerra lo decía por otra cosa y ahora debe estar pensado en que no sabe si va a salir con barbas, san Antón o la Purísima.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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