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Juan Eladio Palmis | El nombre de Iberia

Primero será necesario considerar que, como muchos hechos históricos que tenemos anotados como verídicos, no pasan de ser meras suposiciones que crean escuela y partidarios de ellos y, a lo mejor, con más vehemencia en aquellos hechos imaginados que en aquellos otros que fueron reales. Por eso hay que barajarlo todo, por tanto, con cuidado, y sacar particulares conclusiones.



Los griegos, ese pueblo de gente inquieta que vivían sobre un territorio bastante roñoso a la hora de otorgarles los mantenimientos necesarios para el día día, dice la suposición y el mundo de la fábula o la mitología que un tal Jasón –que adquirió fama gracias al cine muchísimos años posteriores– se fue con algunos de los suyos camino de la mar, costeando. Y por el rumbo siempre del levante llegó hasta el tope de las costas orientales del Mar Negro, el mar Ponto, extremo máximo oriental de su viaje marítimo.

Allí, rodeando las riberas del mar del Ponto, vivían variados grupos de gentes, entre los cuales, donde hoy se asientan los ucranianos actuales, campeaban los escitas, un pueblo al que como todos los pueblos expertos y poderosos en cabalgar, se le atribuye el invento de la silla de montar y el estribo de los caballos, además de otras particularidades hogareñas.

La presencia del cinematográfico Jasón por aquellas tierras orientales a los griegos, y aquel afamado y mítico puñado de lana de borrego o borrega virginal –que se denominó El Vellocino de Oro y que parían cuando querían a modo de lotería las ovejas en aquellas tierra orientales– fue el resorte impulsor, junto con el hambre y la pura necesidad, de buscar nuevos establecimientos que facilitaron el que los griegos que podían se marchaban desde Dardanelos, mar de Mármara, canal del Bósforo adelante, hasta salir a las aguas libres del Mar Negro o mar del Ponto.

En la actual república caucásica de Georgia, cuyas tierras occidentales las baña las aguas del Mar Negro, se encuentra a ese lado de la mar la región de Cólquide o Cólcica, donde en vez de la gallina de los huevos de oro, la mitología manifiesta que estaban pastando las borreguitas que parían las crías con la lanita de oro puro.

Pero como todo eso es leyenda, lo que sí es una realidad desinteresada y más que confirmada es que allí, en la citada caucásica Georgia, existió un reino que se llamo Iberia, que ocupaba la parte oriental de la citada república de Georgia actual. Y las tierras del reino Ibérico probablemente tenían salida marinera al cercano Mar Caspio.

Fuera de toda mitología, históricamente hay constancia de que los griegos fueron y vinieron siete siglos antes del año cero de la cuenta vaticana del tiempo, desde aquellas tierras orientales del mar Negro a las suyas mediterráneas. Y entre los que se quedaron a vivir o a comerciar por allí, las geografías de los lugares –como es lógico y obvioc se las aprendieron y las llevaron y las trajeron juntos con ellos.

Volviendo al campo de la mitología, a las mujeres denominadas Amazonas solo les gustaba usar como reproductores a los hombres escitas. Y a saber si lo de estar "excitado" no procede de aquellos mozos escitas, que si excitaban en monopolio a las amazonas, tampoco les iban a hacer ascos las morenas griegas, por cierto, muchos más adelantadas socialmente a como las tiene en la actualidad el cristianismo vaticano de subyugadas y discriminadas, pero contentas aunque no pasen de suboficiales.

El mito de las Amazonas, que tiene una parte de verdad histórica constatada de mujeres guerreras que campearon dominando a los hombres por aquellas tierras orientales, tuvieron una movilidad hacia occidente, hacia nuestros lugares, todavía incompleto en su estudio y conocimiento.

Pero sí sabemos que los navegantes primeros y exploradores que corretearon por Las Indias llevaron muy presentes a las Amazonas en sus imaginaciones y fantasías. Y la inmensa mayoría de esos exploradores eran gente nacida y criada en Hispania.

Si los griegos fueron como la madre del vino en nuestra civilización ibérica, de nuestro lenguaje, de nuestro conocimiento, no en exclusividad pero sí en el basamento de todo. Si todos los pueblos que se alzaron después –fenicios, cartagineses, romanos, germanos, godos, alanos– cuando llegaron por nuestras costas se conocían, hasta los godos, las leyendas de la mitología griega que era como un viento constante que impulsaban las velas de los viajes, puede resultar muy casero aquello que del río Ebro, que según, se debe a Ibero, hijo del mítico Tubal, ya que ni el padre ni el hijo hicieron méritos suficientes para asociarlos a nuestra tierra, o que del prefijo griego iber- río, naciera Iberia.

Todo, porque entre otras muchas consideraciones, la visión primigenia de nuestra península, no tiene –ni tenía– ninguna correlación directa con el fluir de muchos ríos por su costa mediterránea, mientras que el paisaje georgiano y el de nuestra ibérica guarda cierta concordancia.

Por otro lado, los cuatro grandes geográfos primeros que comenzaron a escribir y describir nuestro suelo –el andaluz de Algeciras Pomponio Mela; Gayo Plinio Segundo (Plinio el Viejo); Estrabón y el egipciano Claudio Ptolomeo– cuando nombraban esta nuestra tierra, rica en hombres, en gente, en caballos, en hierro, en plomo, en cobre, en plata, en oro, en lino y en esparto (la corrupción es moderna, actual, al no ser castigada) la nombraban como Hispania, con hache. Y que se sepa, nunca escribieron Iberia, ni así ni con hache –Hiberia– como en años posteriores a la muerte de los cuatro grandes geógrafos citados se solía escribir.

Viendo el mapa que dibujó Petrús Bertius, autor del siglo XVI y parte del XVII basado en cómo se entendía el mundo conocido según el andaluz Pomponio Mela, no se encuentra nada que resulte lógico y razonable respecto a la contundencia mantenida por años de que el río Ebro sea el responsable del nombre de nuestra Península Ibérica.

Al no tener que depender de cátedra, corriente o escuela alguna, uno se puede permitir el lujo de expresar libremente sus particulares teorías que, en este caso, como en muchos, si ya los griegos conocían la existencia de un reino oriental que les dio de comer que se llamaba Iberia, no se ve razón alguna en contra de que nuestra península se llame así por correspondencia con el caucásico reino Ibérico de la actual República Democrática de Georgia.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS