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Pepe Cantillo | ¿Dónde estás? ¿Con quién hablabas?

Pasen y lean, por favor. “¿Dónde estás? ¿A quién escribes?”. Ese era parte del titular de la noticia que el diario El Mundo desgranaba en las siguientes perlas: ¿“Dónde estás?”. “En casa”. “Mentira, sé que has salido”. “Te juro que estoy en casa”. “No te creo. Mándame una foto de lo que están dando en la tele”. “Te espero esta tarde”. “No puedo”. “Como no vengas, subiré a Facebook la foto que me mandaste”.



Sigo con la prensa: “La conversación -vía Whatsapp- es real. Está grabada en el teléfono de una joven de 20 años que sufre el control permanente de su pareja. Cada vez que el aparato vibra, ella se estremece”. La noticia es de 2013, hace ya casi tres años. Y desde entonces el problema ha ido en aumento.

Como este ejemplo hay muchos más dado que este tipo de sufrimiento emocional y de dominio está haciendo estragos. ¿Solo ahora? Ahora nos enteramos por la difusión en las redes. Por desgracia antes de usar Internet, también existía este control-maltrato.

Pretendo cerrar esta trilogía de artículos dando un toque de atención a una realidad que en estos momentos lleva trazas de convertirse en una pesadilla. Si no teníamos bastante con las muertes por violencia machista que siguen apareciendo, a ellas hay que añadir el aumento del maltrato entre adolescentes que inician relaciones.

Adolescentes que se suponía han dado un paso al frente en la toma de conciencia que por el camino de la violencia no llegaremos a ningún sitio, que dicho comportamiento es deleznable y que no solo afecta a la persona maltratada sino que, a la larga, repercute, hace daño incluso al maltratador que pagará las consecuencias de ese tipo de conducta más pronto que tarde. Esperemos que así sea.

Después de esto pensemos qué podemos y qué debemos hacer en un drama convivencial como el que aquí se perfila. No vale decir que paren el mundo que me bajo. Acosador, víctima y público formamos un triangulo fatídico. A todos nos salpican de una manera o de otra, circunstancias como ésta. ¿Por qué?

La violencia supone abuso, dominio, anulación e incluso, en algunos casos -más de los que quisiéramos- muerte de la otra persona. Aumenta velozmente entre los jóvenes con la ayuda de Internet que se ha convertido en la plataforma difusora ideal. El acoso en las redes y a través del móvil, territorio en el que la gente joven se mueve como pez en el agua, aumenta a pasos de gigante. Violencia soterrada que se extienden como mancha de aceite, entre adolescentes.

¿Por qué ese incremento cuando “se supone” que deberíamos estar más sensibles ante el problema de la violencia física o psíquica, cuando “se supone” que el sector joven tiene mejor y más información, cuando “se supone” que se mueven por ideales mas altruistas, que están más por la justicia social e igualdad entre todos?

Cuando se habla de agresores suelen ir los tiros contra la población adulta que arrastra secuelas y restos de una educación en desigualdad y en patrones de dominio del macho sobre la hembra. Por desgracia este tipo de argumentos están en entredicho dado que, entre esos utópicos adolescentes defensores de la igualdad en Sueños, de la libertad en Fantasía, de la justicia en Leyenda, de la ecología en Abstracto, lo único que funciona en esta Novela es la ley del más fuerte que anula, oprime y abusa con regularidad de su poder físico, social o psicológico sobre otros y nos devuelven a la Jungla.

Los delitos en las redes, por parte de menores, aumentan como si de un juego se tratara, con el agravante que la mayoría piensan que no están haciendo nada malo. Compartir sin permiso fotos sexuales (sexting); chantajear con fines sexuales (grooming) o acosar entre iguales (cyberbuying) está en auge.

Si en el patio del colegio se acosa a alguien porque es un gafitas tímido y gordo que no viste ropa guay y además es un empollón, en la relación entre adolescentes, que juegan a ser mayores y hacen sus pinitos en las primeras relaciones de pareja, se les domina y encadena con el mito del amor. Porque te quiero solo para mí te vigilo, te chantajeo, no te dejo ni a sol ni a sombra. ¡Eres mía! ¿Lo entiendes? (*)



Este tipo de sujetos no han asimilado el gran valor de la Libertad. Estos mercachifles persiguen en Whatsapp. Con llamadas constantes controlan y hostigan a su pareja día y noche. Este tipo de entes son tóxicos, agresivos y a la menor contrariedad atacan porque se sienten inseguros. Luego después ¿le dicen? que se arrepienten de lo que han hecho, que no pueden evitar ese pronto, que no volverá a ocurrir mas -hasta la próxima- porque la quieren.

Uno de los síntomas externos de dicha violencia es el control que de la pareja hace ese “cretino joven enamorado” (¿!?) hasta conseguir aislarla del resto de amistades, a la par que le inocula un fuerte sentimiento de culpa, seguido de un continuado chantaje para lo que previamente la ha engatusado con halagos para robarle fotos comprometedoras.

Desde ese trampolín el acosador domina a su pareja. Humillación, intimidación, insultos constantes hacen que a la mínima contrariedad, salte la chispa de la pelea que terminará, en el peor de los casos, en una violencia física amén de sexual. Mal asunto si, desde los primeros momentos de la relación, aparece la violencia como patrón para dominar a la pareja.

El “enamorado acosador” justificará su conducta haciéndole creer que le provoca y que se comporta así porque la quiere. Pero la realidad es que la acapara, la controla. Todo ese comportamiento es una clara manifestación de celos y los celos son dañinos para ambos. El acosador es un pobre diablo inestable emocionalmente, carente de empatía, de baja autoestima que necesita afianzar su ego dominando a la pareja.



¿Qué podemos hacer? La victima tomar conciencia del daño que sufre y buscar ayuda por cualquier medio a su alcance. Los que la rodean estar al tanto de posibles cambios de conducta e intervenir, denunciar a la menor ocasión. Si callamos somos cómplices de los daños que se puedan derivar de este tipo de acoso. El daño más grave lo ocasiona la indiferencia de las personas que siendo conocedoras del asunto, pasan…

Hace ya una década que se empezaron a plantear campañas institucionales o privadas clamando por una erradicación de la violencia, en la mayoría de casos, contra la mujer. La de Antena 3 es la última. Sean bienvenidas iniciativas como la campaña “Tolerancia Cero” dirigida a adolescentes contra el control machista en redes y móviles. Campañas que serían un puntazo si a ellas se engancharan famosos del deporte y la música. “Si te quiere de verdad confiará en ti”.

Para desgracia de victimas y gozo de sicarios el tema no desaparece, es mas la violencia en general -calle, deporte, escuela y una larga retahíla-, parece que va en aumento. Esa es la percepción que se tiene ante una serie de hechos lamentables. Y en el saco hay que meter a adolescentes que sufren atosigamiento, presión, chantaje de su supuesto “amor”.

Si tiramos una piedra al agua surgen una serie de ondas concéntricas de dentro a fuera. Algo similar ocurre con la violencia, piedra fatídica que ha caído en nuestro entorno: en el círculo más interno está el acoso escolar que se ha expandido a la calle; en una órbita más amplia saltamos a las redes con el ciberacoso; en un tercer círculo dicha violencia se plasma en los adolescentes que acosan -“por amor”, dicen-, a su chica. La crueldad nunca fue Amor.

Entro en este tercer espacio con la esperanza de que sea útil la información y para hacer una llamada de atención para despertar de ese sueño de engaño y perfidia, de violencia y malquerencia que supone agredir, acosar al posible amor -el primer amor- que acaba de nacer en plena juventud. Dicho primer amor siempre se recuerda con gratas notas de romanticismo, no con la amargura de ser utilizada y maltratada. ¡Eso no es amor!

Mi admiración y respeto a Alejandro Sanz
por su actitud ante la agresión a una mujer en su concierto.


PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
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