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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Palabra de hereje [Rafael Soto]. Mostrar todas las entradas
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  • 19.1.23



La çemana paçá tube conoçimiento de que er çîttema de trâccrîççión del andalûh ‘EPA’ çe ençeña en Berlín. Êh argo poco conoçío y creo que bale la pena tratâh el açunto. Como bien êh çabío, el andalûh êh un dialêtto der câtteyano que, cá bêh, gana mâh independençia çobre el êppañôh êttándâ. Aunque no puedo açêttâh la idea de que el andalûh çea un idioma, puêtto que no êççîtten diferençiâ gramaticalê çeriâ, çí êh çierto que me pareçe intereçante la búqqueda de un êttándâ pa la trâccrîççión der dialêtto.

‘Escribe bien. Escribe en andaluz’. Fotografía tomada en 2019 en los alrededores de la estación de Santa Justa, Sevilla

La primera pregunta que puede çurjîh ar lêttôh êççéttico êh çi êh neçeçaria. Lo çierto êh que no çon pocô lô autorê que an intentao trâccribîh er dialêtto andalûh. En êppeçiâh, en lô êttilô dirêttô. Por tanto, no me pareçe una barbaridá la búqqueda de un êttándâ de trâccrîççión.

Er çegundo planteamiento raçonable çería que reçurta impoçible agrupâh toâ lâ ablâ andaluçâ en un çolo çîttema de trâccrîççión. Dêdde çierto punto de bîtta, çe podría pençâh que la gran flêççibilidá del êttándâ propuêtto y çû benefiçiô çuperan lô poçiblê defêttô. Por otro lao, combiene recordâh que el eûkkera âttuâh no êh mâh que la fuçión de diferentê bariantê. Çi pa eyô no fue un problema unificâh dialêttô pa elaborâh un idioma artifiçiâh, no beo raçón pa que noçotrô no fuçionemô ablâ pa trâccribîh un dialêtto.

Un çerio intento de propuêtta fue la publicaçión de Er Prinzipito por Juan Porrâ çobre 2017. Dêdde mi punto de bîtta, el autôh fue demaçiao lejô, puêtto que pretendió açêh paçâh por andalûh errorê gramaticalê y de êppreçión comunê. En cuarquiêh caço, fue un anteçedente intereçante y polémico.

‘No es lo mismo “iyo” que “iyo iyo iyo”’. Fotografía tomada en 2022 en el Polígono de San Pablo de Sevilla

Dêppuêh bino la propuêtta EPA en 2018, dîpponible aquí, que pareçe la mâh çeria realiçá âtta êtte momento. Êççîtte, incluço, un trâccrîttôh, dîpponible aquí, y que a çido la baçe de êtta colûnna, çarbo unâ pocâ modificaçionê.

Quiçá, el radicalîmmo y poçiçionamiento político de argunô de çû prinçipalê promotorê –çobretó, AndaluGeeks– a exao a mâh de uno pa atrâh a la ora de abordâh êtta propuêtta. Çin embargo, mâh ayá de lâ ideâ políticâ de muxô de çû defençorê, me pareçe intereçante er conoçimiento y difuçión de êtta propuêtta.

‘¡Vivan las señoras del barrio!’. Fotografía tomada en 2022 en la Plaza de la Toná de Sevilla.

Una poçible ofiçialiçaçión de êtte êttándâ puede çerbîh pa que muxô andaluçê pierdan er complejo por el uço de çu dialêtto. Bien êh conoçida la açoçiaçión del andalûh a la incurtura y tó lo que ayude a combatîh êtte dîpparate debe de çêh biembenío.

No çé çi e êccrito con corrêççión tó lo que an leío. Pío dîccurpâ çi no. Çin embargo, creo que balía la pena el intento. La recôttrûççión del andaluçîmmo requiere recuperâh nuêttra curtura. Y parte indîppençable de eya êh nuêttro dialêtto. Y caçi tó lo que baya en eça dirêççión êh poçitibo. Caçi.

Haereticus dixit

* * * * *

Experimento en andaluz

La semana pasada tuve conocimiento de que el sistema de transcripción del andaluz ‘EPA’ se enseña en Berlín. Es algo poco conocido y creo que vale la pena tratar el asunto. Como bien es sabido, el andaluz es un dialecto del castellano que, cada vez, gana más independencia sobre el español estándar. Aunque no puedo aceptar la idea de que el andaluz sea un idioma, puesto que no existen diferencias gramaticales serias, sí es cierto que me parece interesante la búsqueda de un estándar para la transcripción del dialecto.

‘Escribe bien. Escribe en andaluz’. Fotografía tomada en 2019 en los alrededores de la estación de Santa Justa, Sevilla

La primera pregunta que puede surgir al lector escéptico es si es necesaria. Lo cierto es que no son pocos los autores que han intentado transcribir el dialecto andaluz. En especial, en los estilos directos. Por tanto, no me parece una barbaridad la búsqueda de un estándar de transcripción.

El segundo planteamiento razonable sería que resulta imposible agrupar todas las hablas andaluzas en un solo sistema de transcripción. Desde cierto punto de vista, se podría pensar que la gran flexibilidad del estándar propuesto y sus beneficios superan los posibles defectos. Por otro lado, conviene recordar que el euskera actual no es más que la fusión de diferentes variantes. Si para ellos no fue un problema unificar dialectos para elaborar un idioma artificial, no veo razón para que nosotros no fusionemos hablas para transcribir un dialecto.

Un serio intento de propuesta fue la publicación de El Principito andaluz por Juan Porras sobre 2017. Desde mi punto de vista, el autor fue demasiado lejos, puesto que pretendió hacer pasar por andaluz errores gramaticales y de expresión comunes. En cualquier caso, fue un antecedente interesante y polémico.

‘No es lo mismo “iyo” que “iyo iyo iyo”’. Fotografía tomada en 2022 en el Polígono de San Pablo de Sevilla

Después vino la propuesta EPA en 2018, disponible aquí, que parece la más seria realizada hasta este momento. Existe, incluso, un transcriptor, disponible aquí, y que ha sido la base de esta columna, salvo unas pocas modificaciones.

Quizá, el radicalismo y posicionamiento político de algunos de sus principales promotores –sobretodo, AndaluGeeks– ha echado a más de uno para atrás a la hora de abordar esta propuesta. Sin embargo, más allá de las ideas políticas de muchos de sus defensores, me parece interesante el conocimiento y difusión de esta propuesta.

‘¡Vivan las señoras del barrio!’. Fotografía tomada en 2022 en la Plaza de la Toná de Sevilla.

Una posible oficialización de este estándar puede servir para que muchos andaluces pierdan el complejo por el uso de su dialecto. Bien es conocida la asociación del andaluz a la incultura y todo lo que ayude a combatir este disparate debe de ser bienvenido.

No sé si he escrito con corrección todo lo que han leído. Pido disculpas si no. Sin embargo, creo que valía la pena el intento. La reconstrucción del andalucismo requiere recuperar nuestra cultura. Y parte indispensable de ella es nuestro dialecto. Y casi todo lo que vaya en esa dirección es positivo. Casi.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
FOTOGRAFÍAS: RAFAEL SOTO
  • 5.1.23
Todo demócrata español tiene el deber de combatir el autoritarismo sanchista. Ahora bien, esta obligación ética no puede derivar en un giro hacia la derecha, pues sería entrar en el juego de la trinchera, que tanto gusta a los radicales. Todo ello, si se nos permite seguir hablando en términos ya anacrónicos como ‘izquierda’ o ‘derecha’ política, por supuesto...


No voy a explicar las razones por las que hay que combatir al sanchismo. Ya le he dedicado mucho espacio a ello en nuestra sección. Hemos llegado a ese punto en el que, si el lector se considera de izquierdas y apoya este estado de cosas, debemos dejarlo ir. Pierde el tiempo en esta sección. Respetamos su opinión, pero ya no vamos a justificar ciertos planteamientos. Imperfecta y mejorable, la democracia española está en severo peligro de decrepitud. Y no vamos a perder el tiempo con debates estériles.

El sanchismo y la pseudoizquierda española son un cáncer para un sistema que, por lo demás, tampoco es sostenible: el Régimen del 78. Sin embargo, tan poco hacemos justificando la lucha contra el cáncer que se ha instalado en la pseudoizquierda española como haríamos quejándonos al aire.

Tanto el cambio de régimen como la lucha activa contra el autoritarismo sanchista deben tener su base en un serio replanteamiento de la izquierda. Nuevos partidos, nuevas ideas, nuevas organizaciones.

Por ello, celebramos la aparición de un incipiente partido político de izquierdas que reniega de esta situación. Antes de seguir, desearíamos hacer dos aclaraciones. Por un lado, no tenemos contacto ni relación con la agrupación a la que vamos a hacer referencia. En segundo lugar, a pesar de apoyar casi todas sus propuestas, nuestro ideario andalucista nos invita a mantener cierta distancia con sus planteamientos. Sin embargo, todo cambio y propuesta hacia la dirección correcta es bienvenida.

El autodenominado ‘think tank’ de El Jacobino ha anunciado que se constituirá en partido político de cara a las próximas elecciones europeas. Todo parece apuntar a que no llegarán a las Generales, aunque habrá que verlo. Desde postulados clásicos y, en ocasiones, olvidados de la izquierda, propone un modelo que combata la actual dinámica político social a través de un retorno a la razón como guía de actuación.

El ‘think tank’ nació de un proyecto audiovisual y, de hecho, los vídeos de El Jacobino se pueden encontrar en Youtube. Hasta donde sabemos, su principal promotor es Guillermo del Valle, abogado en activo y colaborador en varios medios de comunicación. En cuanto a sus ideas esenciales, se pueden encontrar en su web: Estado social, reindustrialización, nacionalización de sectores estratégicos, etc.

Como andalucista en su vertiente más regionalista, la única pega que le pondría sería su radicalismo centralizador: “España debe ser un Estado unitario, centralizado políticamente, formado por provincias o departamentos, es decir. por unidades administrativas racionales que no respondan a otro interés que al bien común”.

Una cosa es la necesaria recentralización de la Sanidad y la Educación, entre otras competencias, y otra es perdernos en un centralismo radical de difícil implantación. Sin embargo, hasta donde sé, todavía no se ha constituido como partido y, por ello, habrá que esperar al programa que presentan.

No creo que las propuestas de El Jacobino sean las mejores posibles, la verdad. Sin embargo, la lucha contra el sanchismo y el Régimen del 78 exigen una profunda revisión de la izquierda. Y, aunque imperfecto, cualquier avance en esa dirección debe ser celebrado. Ha llegado la hora de actuar.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 22.12.22
La repugnancia es un sentimiento y, como todo lo emocional, tiene un fuerte componente subjetivo. Sin embargo, tengo la sensación de que esta apreciación personal es común a toda la ciudadanía española. La política de nuestro país da asco.


Soy consciente de que no estoy descubriendo la pólvora. Sin embargo, ya que puedo, tengo que desahogarme. Cada vez que trato de analizar los entresijos de la realidad social y política de nuestro país, me veo como un niño toqueteando con un palo el cadáver de un gorrión putrefacto. Siento un profundo sentimiento de asco.

Ni siquiera me sale repartir las culpas. Me da igual si los responsables de esta guarrería son los iluminados del santo progreso o los restauradores de la escopeta voladora. Me la sopla. Me importa muy poco qué dijeron qué y a quién. No importa ya.

En realidad, están consiguiendo que ni me interesen las posibles soluciones. O, mejor dicho, que no crea en la posibilidad de que existan. España está llegando a tal nivel de decrepitud que me veo obligado a refugiarme en la cultura para no caer en el desánimo. A veces, prefiero hacer crítica social a través de relatos que escribir de política, puesto que hacerlo me hace pensar que formo parte de este circo grotesco.

Quizá, el mayor golpe de estado que puede dar un ciudadano sea abandonar los asuntos públicos. Es posible que renunciar a la realidad social y política para refugiarse en la cultura y la intimidad sea una solución cómoda. Los payasos de la función estarían contentos, sin duda –con perdón del noble oficio de la payasada–. Sin embargo, todo mi ser se rebela contra la idea de retirarme del mundo, por muy tentado que esté.

Desde que retomé mi espacio en las cabeceras de Andalucía Digital en 2018, siempre he tratado de ofrecer una visión comprometida y sincera de la realidad que compartía con mis lectores. Con mis aciertos y errores, he intentado ofrecer una perspectiva progresista, andalucista y coherente de los despropósitos que nos ha tocado vivir. Un intento como otros tantos, es cierto. Sin embargo, quiero pensar que hemos sido originales en nuestros planteamientos.

Renuevo ese compromiso, a pesar de todo, en esta última columna del año 2022. Lo hago con tanta convicción como tristeza. Con la seguridad de que lo que nos espera va a ser peor que lo que dejamos atrás, y con la esperanza de equivocarme en esta última afirmación.

Solo queda desear lo mejor para el año que entra y que, entre esos hechos positivos, se encuentre una renovación política que le devuelva la dignidad a nuestro país. Felices Fiestas.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 8.12.22
Podría llamarse de cualquier manera: Julia, Francisco, Sonia, Cristóbal, Eulalia, Rogelio... Sin embargo, nos apetece llamarla Manuela. Una Manuela cualquiera, ciudadana de cualquier urbe española de cierta entidad, joven –aunque ya no tanto–, con formación y ocupada en cualquier oficio legal.


Manuela se levanta a las seis de la mañana tras seis horas y media aproximadas de descanso. Por costumbre, apura todo el tiempo que le es posible entre las sábanas, pero llega un momento en el que se ve obligada a enfrentarse al fresquete otoñal. Se da cuenta de que va justa para coger el transporte público que la conducirá al trabajo por lo que, otra vez, le toca tomar leche con galletas. Así no hay quien haga dieta.

En cuanto sale a esas calles que tan bien conoce, esta persona muta en trabajadora ‘in itinere’. Mientras se apresura a llegar a su puesto de trabajo, observa en el móvil cuánto le queda para llegar a tiempo a su bus, su metro, su tren de cercanías... a lo que le toque subirse a esta Manuela cualquiera. Siempre llega justa, salvo días catastróficos en los que es mejor no pensar.

El frío otoñal contrasta con el ambiente infernal de los transportes públicos. Nuestra trabajadora ‘in itinere’ se quita de encima un par de capas de ropa y, en lo que dura el trayecto, aprovecha para toquetear el móvil de la manera más pasiva imaginable. Sin mucha conciencia de lo que está haciendo, por mero entretenimiento, este sujeto cualquiera revisa sus redes sociales.

Nuestra protagonista no tiene convicciones religiosas profundas y es tolerante. Se ubica dentro de unas coordenadas ideológicas frágiles y moldeables. Es más, le da asco la política. Sin mucha conciencia de lo que hace, se deja aconsejar por el algoritmo, que siempre la aísla en los temas y los enfoques que le son más afines.

Así, entre el último zasca del amarillo Fulano al Menganito rosita, y el último acto revolucionario de Rita de la Rosca, nuestra trabajadora ‘in itinere’ observa en su red social preferente cómo una pareja de amigos se ha ido de viaje. Y no a cualquier sitio. Han ido a un lugar tan exótico y caro como Locus Sumptuosus. Parecen tan felices, guapos y desestresados en las fotos... ¿Cómo demonios lo hacen con los trabajos de mierda que tienen?

Manuela también quiere irse de viaje y darse un par de caprichos. Al fin y al cabo, todo está a su alcance, no es tan caro, y trabaja. Sin embargo, para su frustración, el alquiler, la luz y los gastos extraordinarios se funden los recursos de la trabajadora ‘in itinere’. Quizá, en un futuro indeterminado y abstracto, pueda permitírselo. Es tiempo de ahorrar, aunque apenas lo consiga.

El medio de transporte público se detiene en una parada que da en la entrada del trabajo de nuestro sujeto cualquiera, y este pasa a convertirse en trabajador, a secas. Durante ocho horas —más otra que no aparece en su contrato, pero que le toca hacer para que salga el trabajo adelante—, el móvil no se utilizará salvo emergencias, necesidades laborales o, de manera disimulada, si le escribe Javi.

Javi es un chaval que le mola a Manuela. Por mil cuestiones que no vienen al caso, la cosa no termina de cuajar. Ella es consciente de que, entre otras cosas, su vida es una colección de malas decisiones sentimentales. Y esta es una de ellas. Lo sabe. Sin embargo, es lo único que la hace sentirse viva, aunque le cueste aceptarlo.

La trabajadora está rindiendo al máximo y toda su capacidad intelectual está puesta en las labores por las que está mal pagada. Tiene derecho a una comida rápida, que no pocas veces se salta por las exigencias del quehacer diario. Se muestra capaz, despierta, competitiva y alerta ante las amenazas de un entorno en constante transformación.

Estresada y ansiosa, se ve obligada a aguantar a algún que otro gilipollas. Sus habilidades siempre están en entredicho y la sonrisa se le presupone. Sus jefes nunca están lo bastante satisfechos. Solo lo suficiente. Y eso le frustra. Aguanta el tipo como mejor puede.

Nada relevante durante las nueve horas de marras. La trabajadora concluye la jornada laboral con la esperanza de que pronto llegue el domingo y vuelve a su ser. Así, el sujeto muta en una Manuela cualquiera, con libertad para hacer lo que quiera. O, al menos, en teoría.

Ahora le toca ir a la academia de idiomas que, por suerte, se encuentra en una calle cercana al curro. Lo cierto es que esta consumidora de productos y servicios gasta una pasta en formación todos los meses. Nadie se lo pide, pero sabe que debe de mantenerse competitiva para sobrevivir en la jungla laboral. Es el ‘sacrificio’ de los que quieren llegar a algo.

Tras hora y media de pestiño indigesto, la consumidora se dirige al medio de transporte público que la debe de llevar a casa. De nuevo, sentada en donde corresponda, Manuela coge el móvil. Se pone al día del circo político y comprueba si sus amistades tienen alguna novedad. Por la mañana compartió algo y Javi lo marcó con un corazoncito. Sonríe. Chute de serotonina. Tiene también un mensaje suyo, que se dedica a leer con atención. Tanta, que casi se salta una parada.

Manuela está agotada en cuerpo y mente. Acaba de darse cuenta de que es jueves. No tiene ni cena ni plan. No hubiera estado mal una cerveza con amigos... Compra una porquería ultraprocesada en el súper de la esquina y se refugia en la seguridad del hogar.

Su mente se relaja, pero también acusa el cansancio de la semana. Si la mente se articula a través del lenguaje, se podría decir que ella apenas es capaz de elaborar una oración subordinada. Acaso le quedan fuerzas para pensar y, desde luego, no tiene la intención de hacerlo. Debería de hacer ejercicio, pero no puede ni con su alma.

Nuestra Manuela cualquiera enciende la calefacción con un temporizador, pone música de fondo en el móvil y se tira en el sofá. Ahí, tirada, rumia lo ocurrido durante aquella jornada de trabajo, sobre su situación económica o sobre sus movidas sentimentales.

Sus pensamientos la traicionan, agotando las pocas energías que le quedan. Rememora los errores y las ofensas, e ignora cualquier situación favorable. Hay quien lo llamaría ‘autoexigencia’, dotándole de un sesgo positivo que no tiene.

En ocasiones, le da por pensar que necesita ayuda psicológica para manejar el estrés y la ansiedad. Sin embargo, el trabajo de los psicólogos debe remunerarse. Y para que te atiendan en la Seguridad Social tienes que estar en una situación extrema, rezar tres ‘padrenuestros’ y confiar en que la vida no acabe contigo en el año que puedes echarle desde que inicias el proceso.

En caso de emergencia, una llamada telefónica con amigos y familiares suele ser el sustituto de los profesionales. Ignora que existen líneas gratuitas para situaciones puntuales y difíciles –muy mal difundidas– y, si las conoce, no cree estar ‘tan mal’. La realidad es que le duele mirarse en el espejo porque se ve mayor, gorda y fofa. Tiene aspiraciones que, pasada la treintena, se niegan a realizarse. Todo lo que desea está a su alcance y, a la vez, tan lejos...

Parece que a todos les va mejor que a ella. Se siente sola y confusa. Quiere ser una persona empoderada, dueña de su destino, rebelde y consecuente. Sin embargo, sabe que no está a la altura de sus propias expectativas. Un hecho que no alivia su patológica ausencia de autoestima.

A veces le da por hablar con su madre, con su padre, o con ambos. En el mejor de los casos, un trámite. En el peor, un intercambio de agobios y estreses. Algunas otras Manuelas tienen pareja, y también con ella les toca ese mismo proceso de intercambio o acumulación de agobios. Al menos, eso sí, les queda el consuelo del contacto físico.

Ella quiere que alguien le haga sentir viva. Necesita desestresarse. Se deja llevar por sus fantasías...

Nuestra Manuela cualquiera cena con una cerveza o un refresco sobre la mesa. Enciende el televisor, pero no lo atiende mucho. En realidad, su atención está puesta en la pantalla del móvil. Espera mensajes que quizá nunca lleguen, novedades que le den alguna alegría.

Le queda una hora para acostarse y está agotada. Decide llevarse al cuerpo el efecto anestésico de un videojuego. No le hace bien, pero tampoco le hace ningún mal. Quizá otra cerveza y patatas. O, tal vez, agua a secas, por la dieta...

Decide que ha llegado el momento de dormir y se mete en la cama. Con un temporizador, pone música relajante en el móvil mientras lo carga. Dicen que es malo, pero le da lo mismo. Intenta leer antes de cerrar los ojos: un último acto de rebeldía vital. Ya lleva una página, pero se le cierran los ojos...

El sujeto cualquiera está apagado o fuera de cobertura.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 24.11.22
Resulta paradójico que este Gobierno, tan versado en las teorías marxistas, haya caído en el error de mercantilizar las leyes. Tanto que reivindican su valor social, las ha convertido en mercancías con un precio y con un plan de mercadotecnia asociado.


No es una cuestión jurídica, sino de valores ciudadanos. Concebir la política como un juego tiene como consecuencia que el fin justifique los medios. Sin embargo, puede ocurrir que el juego te estalle en la cara donde y cuando menos te lo esperes. Y eso es lo que nos lleva pasando desde hace tiempo.

La polémica cuestión del ‘solo sí es sí’ es la punta del iceberg. Es lo que se ve porque es lo más humano, lo que más duele y lo más contradictorio. Sin embargo, ha habido otras novedades legislativas que han sido perjudiciales y que no tienen la misma visibilidad.

Frente a la ridícula sacralidad que el Ejecutivo de Mariano Rajoy mostró ante las leyes, nos encontramos ante un Gobierno que las desprecia. Y no por su contenido, lo que es muy legítimo, sino como instrumentos en sí. Con rango de ley o no, una norma es un instrumento que emana de la voluntad popular y que afecta a la vida de las personas, sea buena o mala. Por tanto, no es cosa con la que se pueda mercadear el Poder Ejecutivo, que ya no entiende de separación de poderes.

Elaborar, modificar o abolir una norma requiere de un estudio serio y sereno, que bajo ningún concepto puede estar sometido a la ley de la oferta y la demanda. La política siempre ha sido un circo pero, al menos, se había respetado el valor de las leyes.

Hemos tenido partidos políticos sentenciados por corrupción y, de hecho, en Andalucía tenemos a dos presidentes autonómicos sentenciados. Sin embargo, jamás nadie se ha enorgullecido de saltarse la ley o de despreciarla. Y eso está ocurriendo en este momento.

Ya no existe respeto ni por las normas, ni por los legisladores, ni por los juristas, ni por los jueces que deben aplicarlas. Si no hay respeto por las leyes –cuyo contenido puede y debe ser siempre objeto de debate–, ¿qué instrumentos para el progreso social nos quedan? Porque con Twitter no se progresa, y la calle es de todos, piense igual que el amado líder o no.

Jamás he visto tanta publicidad institucional, tanta propaganda, ni tanta comunicación cortoplacista. Cara nos está saliendo la imagen de este Ejecutivo. Todo tiene un precio en este mercado que se han montado en el templo de la Carrera de San Jerónimo y no creo en los mesías que prometen su expulsión.

Si todo vale, si la ley es una mercancía con un precio, y solo respetamos a unos pocos, la democracia se nos va a pique. Y ojo: cuidado con los mesías, que están al acecho.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 10.11.22
Contemplo una pseudoacacia a través de la ventana de mi estudio. Pronto no le quedará ni una sola hoja pero, en el momento presente, se esfuerza en ofrecer un lienzo de hojas verdosas y amarillentas. Es curioso, pero mi infancia en la Ciudad del Betis no me concede recuerdos de naranjos amarillentos bajo la lluvia.


Sí, es cierto, no es una cuestión relevante. Si bien, admito que la imagen me genera cierta nostalgia. Al fin y al cabo, pocas realidades son tan naturales como que cada lugar y cada objeto tengan su propio comportamiento, así como el paso del tiempo.

Una vez, Antonio López Hidalgo escribió: “Todas las ciudades del mundo se parecen cada vez más, como si los mismos arquitectos, ingenieros y urbanistas hubiesen delineado cada calle, comunicado con puentes las orillas de todos los ríos. En cambio, la naturaleza, aunque también el hombre la ha doblegado a su antojo, mantiene en cada lugar su sello propio”. Y es cierto. Quizá no haya sido la más profunda de las afirmaciones de Antonio. Ofreció reflexiones mucho mejores. Si bien, es difícil negar que aquel gran hombre dejó citas casi para cualquier ocasión.

En Alcalá de Henares, observo con profunda tristeza cómo una lluvia desganada azota las hojas de la pseudoacacia. En estos momentos en los que escribo, Antonio está siendo homenajeado en la Facultad de Comunicación de Sevilla, su hogar académico. Y lo merece.

Montillano universal, académico insigne, maestro de periodistas, hombre de mundo... Se ha dicho ya tanto de él que es difícil ofrecer algo original. Fue un profesor relevante durante mi licenciatura, director de mi Trabajo Fin de Master y codirector de mi Tesis Doctoral. Y, sin embargo, lo que más echo de menos de este maestro son las conversaciones privadas que mantuvimos con una copa o un café en la mano.

Siempre dispuesto a verme cuando visitaba a mi familia en Sevilla, Antonio y yo conversábamos sobre cualquier cosa, y casi siempre en compañía de nuestro querido amigo Carlos Serrano.

Albert Camus, George Orwell, el periodismo y su historia, la política... Hablábamos de cualquier asunto humano con esa pasión que solo reflejan aquellos que aman la vida. Su ingenio parecía infinito, era generoso en su juicio y entrañable en sus escasos defectos. Puedo afirmar que es una de las mejores personas a las que he conocido.

Admito que todavía siento un pinchazo en el estómago cada vez que las redes sociales me sorprenden con una foto suya. Cuando falleció, dejé escrito en mi cuaderno de notas una expresión que he usado en varias ocasiones: “No hay palabras, todas sobran”. Sigo pensando que es imposible escribir o decir algo que esté a la altura de su figura académica, profesional o personal.

Tuve el honor de ser de los últimos en verlo con vida y, por encima de todo, de poder disfrutar de su cariño y sabiduría durante años. Y eso me vale. Sin embargo, veo caer las hojas de la pseudoacacia en Alcalá de Henares, Antonio está siendo homenajeado en la Facultad de Comunicación de Sevilla, y siento que el mundo es un laberinto sin el más mínimo romanticismo.

Sin embargo, me doy cuenta de que debo ser fiel a ese amor a la vida que él me transmitió. Quiero dejar por escrito que volverán a crecerle las hojas al árbol, que los hombres y las mujeres seguirán jugando en los enrevesados callejones de la existencia y que, dentro de unos años, seguiremos encontrando citas de Antonio para todas las ocasiones que se nos presenten. Y, quizá, tal vez ese sea uno de los mayores elogios que le hubiera gustado recibir.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO ESCOBAR
  • 27.10.22
Barba cortita, bien recortada. Pelo cano y, quizá, ¿unos kilos menos? Tal vez. Ojos pequeños, oscuros. Ojos de juez y parte. Fernando Grande-Marlaska llega a Sevilla con un pequeño apuro. Es viernes y el ministro del Interior está en Sevilla para inaugurar una comisaría y, sin duda, es un evento especial. Seamos sinceros: los sevillanos somos amigos del postureo desde los tiempos de Cervantes –uso el término ‘postureo’, sí, porque ya lo recoge la Real Academia Española de la Lengua, y porque nos describe tan bien...–, y aquella ocasión lo merecía.


El ministro está en la Ciudad del Betis, con el encorsetamiento propio del protocolo y con la inquietud de dar un titular no deseado a la prensa. De la seguridad no se preocupa: se ha visto en situaciones peores, mientras ejercía un oficio más noble.

Ahora, el ministro está en Sevilla y tiene un asunto incómodo que gestionar. Va a inaugurar una comisaría para dar servicio al Distrito Sur. Es la zona más pobre de la ciudad –junto al Vacie– y hasta la Policía teme entrar en algunos de sus rincones. Es un distrito lleno de personas hambrientas de orden y, también, cuenta con personas que pretenden ser como el ministro: juez y parte.

Los vecinos y el Ayuntamiento pidieron una comisaría para el Polígono Sur y se lo dieron... fuera de los límites del Polígono Sur, junto al Hospital Virgen del Rocío. Un periódico poco sospechoso de pepero, Diario de Sevilla, no ha dudado en calificarla como “la comisaría de la traición” (se puede ver aquí).

El ministro está en Sevilla y sabe que, como responsable último de estas cuestiones, está siendo criticado. Quizá sea injusto. Un servidor público de su categoría está en otras cosas y, de seguro, la decisión la tomó otro. Pero el jefe es él y, sin duda, pudo hacer algo más en cuanto empezaron las denuncias por parte de la prensa.

El señor ministro está en Sevilla y está en un aprieto. Están presentes el delegado del Gobierno, el alcalde, el director general de la Policía y otros asistentes de honor. Le toca dar un discurso y, llegado el momento, ya sabe lo que tiene que decir. Se pone tieso y empieza a hablar de promesas cumplidas, de las operaciones contra el narcotráfico, del aumento de la financiación... Insuficiente. Lo sabe. No se podía ir del evento sin dar un auténtico titular.

Sin embargo, él ya sabe cómo resolver este asunto. Lo ha aprendido de su amo. Si hay aprietos, toca tirar del infinito franquismo: Queipo de Llano tiene que salir de la Macarena. ¿Qué tiene que ver el tocino con la velocidad? No lo sabemos. Pero el ministro ha dado un titular y ya puede volver a casa con la tranquilidad de tener los deberes hechos.

El evento fue el pasado viernes. Con fecha del lunes siguiente, el hermano mayor de la Macarena, José Antonio Fernández Cabrero, recibe una carta oficial instándole a sacar de la Basílica a Queipo de Llano y a Francisco Bohórquez –este último, un señor desconocido por el gran público y al que el Gobierno acaba de dar más publicidad post mortem que la que le ofrecía la lápida–.

Este hermano mayor es más moderado y prudente que su antecesor, y no pierde la calma. Está molesto: se ha enterado de la carta por la prensa. Ya se habían hecho acciones previas, como quitar de la lápida toda referencia a la naturaleza militar y franquista del difunto. Es más, el hermano mayor había propuesto enviar a Queipo de Llano, antiguo hermano mayor, a un columbario que pretendía hacer, vinculada con la basílica. Está entre la hermandad, el Gobierno y las familias de ambos fallecidos. De Justicia no hablamos, porque ya no hay en España, si es que alguna vez la hubo.

Esto ya se reduce a ver quién tiene la corbata más grande. La Hermandad de la Macarena es una de las tres grandes hermandades de la Ciudad del Betis. La religión, la gratitud –es conocida la labor social de las hermandades–, la sentimentalidad o la costumbre, cuando no todas a la vez, hacen que más de media ciudad esté vinculada tanto con sus imágenes titulares como con la hermandad en sí.

Entrar en la Parroquia de San Gil sin permiso de su hermano mayor sería una profanación difícil de perdonar y, en pleno divorcio con el Partido Socialista, puede provocar una radicalización de ciertas posiciones políticas.

Más todavía si tenemos en cuenta que muchos sevillanos tienen la convicción de que hay cuestiones más urgentes. Cuestiones que, entre otras organizaciones, combaten muchas hermandades con sus acciones de asistencia social. Una convicción que se suma a la absoluta seguridad de que Andalucía no recibe el mismo tratamiento por parte del Gobierno que las desleales Cataluña y Euskadi. Desde la imposición, desde la falta de diálogo, poco se puede conseguir.

Espero y deseo que los generales franquistas salgan de la Macarena. Y que algún representante del Gobierno se siente con la hermandad, dé facilidades, y que encuentren una solución discreta y respetuosa con las instituciones de la ciudad. Con todas. Soñar es gratis, ¿no?

Concluyo con un apunte: el ‘Vaca’, un ciudadano con antecedentes policiales, acaba de morir tras un tiroteo en las Tres Mil Viviendas –zona conflictiva del Polígono Sur–. No hay propaganda que cambie eso. Sin embargo, un ministro ha venido a Sevilla, ha inaugurado una comisaría donde no debía y ha resuelto el aprieto en el que se encontraba. Conclusión de sanchista: Queipo de Llano tiene que salir de la Macarena.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 13.10.22
Nadie como Jesús Quintero, autocalificado como “actor frustrado”, ilustró la enseñanza sofoclea: “que nadie considere feliz a quien todavía tiene que morir”. Puede que el periodismo sea una profesión, quizá incluso un oficio, y no un arte. Sin embargo, personas como él hicieron de la profesión un ejercicio artístico. Hasta su caída, aceptó la pose del demente simpático desde la posición del cuerdo.


Sí. En efecto, Jesús Quintero fue un artista que ejerció de periodista, y no un ‘plumilla’ que hiciera arte. Como todos los artistas, sobrevaloraba la estética –cuando no la pose–, trovaba unos ideales que quizá ni él mismo asumía en su praxis y vivía rumiando su rencor hacia sus críticos. Y, sin embargo, había grandeza en su figura.

Esa grandeza no residía en sus preguntas. Hubo otros periodistas ingeniosos en sus interrogantes que no tuvieron la misma visibilidad. Por muy valorable que sea, su virtud no residió en su cuidadísima escenografía, ni en la exquisitez de sus realizaciones. El arte no da grandeza, pues es producto de la misma.

Tampoco encontraremos este valor en la elección de los entrevistados. Se le ha acusado de escoger a invitados con los que pudiera “lucirse”. Quizá, una afirmación injusta. También de haber llevado a personas con problemas mentales a los platós para usarlos de bufones. Otra afirmación que me parece excesiva.

Si me preguntan, quizá, la grandeza de Jesús Quintero residió en su empeño en hacer algo diferente de lo que hacían sus contemporáneos y, a la sazón, conseguirlo. Hoy, los que quieren hacer algo distinto tienen que retirarse a los márgenes del sistema. Los encontraremos en Spotify, Ivoox, Youtube y, quizá, ni siquiera allí los hallaremos.

Andalucista de izquierdas, creía en la bohemia o, al menos, aceptó su estética. Hizo algo diferente y aguantó hasta que lo consideraron demasiado indisciplinado como para darle un micrófono. No nos engañemos: no hay mejor forma de matar a un artista que quitándole su público. Y es lo que hicieron con él.

Escribió Antonio Machado que todo hombre tiene dos batallas que pelear: en sueños, lucha con Dios y despierto, con el mar. Es curioso que, con su habitual lirismo, Quintero afirmara que un día, frente al mar, se haría todas las preguntas que había hecho a los demás. Y en el mar está ahora, sin boca con la que preguntar.

¿Llegaría a hacer esas preguntas? Imposible saberlo. Reconoció que no sabría responder a muchos de sus interrogantes. Lo único seguro es que, como decía su querido Beni de Cádiz, todos acabamos “en el jardín”. Por suerte, no ocurre así con el arte, que siempre encuentra su sitio en las márgenes de los ríos que dan a la mar. Descanse en paz.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 29.9.22
El Congreso volverá a ofrecer estas semanas un espectáculo lleno de emoción, identidad e ideología sobre el proxenetismo y el trabajo sexual. O quizá se silencie. A saber con el Kennedy español… En cualquier caso, malas noticias para los sensatos: el que quiera un debate, que se vea el Sálvame.


Es llamativo que uno de los muchos pecados originales con los que nació el Gobierno sanchista fue el relacionado con el trabajo sexual. En 2018, Magdalena Valerio admitió que le “habían metido un gol” al legalizar el primer sindicato de trabajadoras sexuales –llámese la atención sobre el género usado–. Tomándolo con humor, podemos decir que este desliz fue revertido por el sanchismo con su habitual tendencia al debate público y a la reflexión. Punto para las posiciones abolicionistas.

Tras varias acciones, ahora toca combatir el proxenetismo. Suena bien, ¿no? El proxenetismo no es muy del agrado de nadie. Ahora bien, frente a las medidas punitivas e inútiles que se proponen, ¿no sería más fácil regular todo el sector del trabajo sexual y atacar lo que se encontrase al margen de la ley?

A pesar de tanto esfuerzo por parte de la ‘ministre’ Montero y por otros ilustrados por civilizar a las ‘persones’ de su jurisdicción, nos encontramos con un panorama sorprendente. Sigue habiendo industria pornográfica –si se puede hablar de industria como tal en el ‘Estado español’–, putas, chaperos y, mira tú por donde, una cantidad importante de personas que viven de trabajos vinculados con el sexo y, por ende, una buena cantidad de consumidores.

De hecho, es curioso que se legisle por el bien de unas personas a las que no se les hace ni puñetero caso. Es más, los movimientos favorables a la regulación son estigmatizados con el beneplácito de la propaganda institucional. Entre estas voces heréticas, Amarna Miller es una de las pocas que ha podido ofrecer su postura con cierta libertad. A mi entender, su obra Vírgenes, esposas, amantes y putas es de las pocas cosas sensatas que he leído sobre feminismo en los últimos tiempos –y eso dice mucho de lo que se cuece por ahí–.

Siempre he defendido en este espacio que el abolicionismo es una ideología más cercana al madrileño barrio de Salamanca que a los barrios obreros. Y, quizá, esa sea una clave del debate. Abordar el trabajo sexual desde las ideologías de género es tan insensato como abordar el aborto desde el pensamiento religioso católico. No hay debate ni grises. Echo en falta una perspectiva de clase a la hora de abordar la cuestión. Ahora que estamos logrando dejar las sotanas de lado, nos topamos con los ideólogos de salón.

Del mismo modo que el alcohol y el juego van a estar siempre presentes en nuestra sociedad, siempre habrá personas que paguen por sexo, que consuman imágenes pornográficas, que deseen probar ciertas experiencias. Y, por tanto, personas dispuestas a vivir de ello. Sabiéndolo, resulta hipócrita combatir o dejar al margen lo que sabes que siempre va a estar presente.

En cambio, regular el trabajo sexual ofrece una libertad vigilada que protege al que ejerce estos oficios y facilita la lucha contra las organizaciones criminales que imponen prácticas no consentidas. Otro debate es el cómo, ya que hay diferentes ejemplos.

Por desgracia, lo que menos importa son los que ejercen, ¿no? Son víctimas y, por tanto, no saben lo que hacen. Nada que no se arregle con unas cuantas campañas de concienciación financiadas con dinero público. Palabrita de ‘ministre’.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 15.9.22
Ha muerto la reina Isabel II, han subido los tipos de interés, el Betis le ha ganado al Helsinki, el sanchismo avanza en su deriva autoritaria, la luz está a 155,94 euros por megavatio hora, ha salido mi columna quincenal en las cabeceras de Andalucía Digital, el Partido Popular sigue más perdido que el barco del arroz, mierdas varias en el curro... Es jueves y acabo de cerrar la jornada laboral. Tarde intensa. Anochecer nublado.


Mi pareja me recoge hoy en coche, así que espero de pie al borde de la carretera. Le doy vueltas a varios asuntos y paso de una movida a otra sin centrarme en una idea concreta. Una agitación que me hace andar unos pasos de un lado a otro al borde de la carretera. Debo de parecer un yonqui o algo por el estilo.

Se me ocurre que, quizá, debería de aprovechar estos minutos de paz para reflexionar sobre algo productivo. Sin embargo, mis pensamientos siguen comportándose como las tórtolas hambrientas de los parques. De trozo en trozo, se alternan entre aquellas migas de pan o aquellos fragmentos de porquería informe.

Me frustra mi incapacidad para concentrarme y, harto, miro al frente. En ese instante, tomo conciencia de que estoy solo en medio de un silencioso campus externo, con las últimas luces del día luchando contra la densidad de las nubes. Estoy enfrente de un hospital, al otro lado de la carretera. A mi derecha, un autobús ilumina con sus focos una pseudoacacia rodeada de gramíneas y cardos amarillentos.

Observo el cielo, ignorante de tipos y píxeles. Una extensión de grises agónicos y continentes deformes. Una trivialidad cotidiana y que, sin embargo, desprende espectacularidad. En una suerte de meditación improvisada, me centro en disfrutar del momento presente. Un momento que es hermoso y que, como casi siempre pasa con lo bello, es frágil y efímero.

Se acerca el coche que espero y entro con torpeza. Dejo atrás el paisaje y me encierro en mis pensamientos. Me doy cuenta de que vivimos tan centrados en nuestras reflexiones, actos y agobios que, en ocasiones, perdemos de vista la belleza de lo cotidiano.

Se nos escurre la belleza entre los sesos y, en ocasiones, la claridad de pensamiento, patrimonio de los acertados. La infoxicación y el exceso de estímulos nos convierten en sonámbulos y, por tanto, en alienados. Un mal moderno de difícil solución.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 8.9.22
Cuanto más investigo sobre los orígenes del periodismo, menos diferencias encuentro entre las prácticas de ayer y las de hoy. No obstante, sí que encuentro una diferencia relevante en la propia actitud de los lectores.


Durante los siglos XVI y XVII, el periodismo primitivo hispano se asentó en dos principios rectores. Por un lado, en los reducidos costes de producción y, por el otro, en el desmesurado interés de los lectores por un mundo en constante evolución. Seríamos reduccionistas si nos quedáramos con solo uno de estos dos motores.

Sumados todos los costes y ganancias, lo cierto es que la producción informativa en sus inicios era muy económica en comparación con otros géneros editoriales. Una inversión cuya vuelta garantizaba el ansia de noticias. Son bien conocidas las prácticas de lectura colectiva en el período, así como el subestimado fenómeno de la semialfabetización: personas que sabían leer, pero no escribir.

El lector era popular, urbano y, desde nuestra perspectiva actual, incrédulo. Sin embargo, valoraba la cultura y, en su sistema de valores, la información era sinónimo de estatus. Un hecho que imponía a vasallos y subalternos la obligación de informar a sus superiores de las novedades.

Salvando las distancias entre épocas, el lector ha evolucionado. Se supone que todos los lectores están alfabetizados y familiarizados con la lectura. Sin embargo, sobrestiman sus capacidades y desprecian la cultura, la información y el arte.

Por un lado, en el mundo de internet, no son pocos los orgullosos de su incultura y desinformación. A alguno le da hasta por abrir cuentas en redes sociales para difundir sus insensateces.

Por otro, tenemos consumistas de titulares y panfletos –no se puede usar otro término para los principales medios de este país–, que ni leen con propiedad ni reflexionan con sensatez. Esclavos del ahora y forofos del político de turno –la polarización crea hinchas, no ciudadanos críticos–, los consumidores de información y opinión no exigen ni se informan con propiedad.

Este desprecio por los hechos y su relato permite a los agentes económicos y políticos mangonear a la prensa, y hace estragos en el personal de las redacciones. Si el buen periodismo ni se premia ni se consume, ¿para qué hacerlo? Los titulares sensacionalistas y engañosos son más rentables.

Tanto por las razones expuestas como por otras que se salen del espacio de esta columna –infoxicación, credibilidad, etc.–, puedo afirmar que para mejorar las condiciones del periodismo contemporáneo y, con ellas, las de nuestra ya dañada democracia, debemos educar a los lectores a través de la alfabetización informacional. Esta formación debe ser una prioridad para la sociedad posmoderna y debe empezar por un cambio de actitud por parte de los consumidores de información.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 18.8.22
El pasado 16 de agosto, El País publicó un editorial infame (disponible aquí) en relación a la propuesta europea de aumentar en un 50 por ciento las ‘ayudas’ para el control de la inmigración irregular. Hay que recordar que un editorial es un género periodístico peculiar: refleja la posición del medio de comunicación con respecto a un tema de actualidad. No se trata de un texto atribuido a un colaborador, sino la opinión del propio medio como entidad. Es un texto significativo que requiere reflexión y prudencia. Por ello, sorprende el cinismo que demuestra El País en su posición sobre el chantaje marroquí.


El citado editorial reconoce que fue un éxito que la OTAN incluyera “al norte de África y al Sahel entre las zonas que pueden afectar a la seguridad de los aliados” y señalara “el desplazamiento forzado de personas y la migración irregular como dos desafíos transnacionales”. Asimismo, aplaude que la Unión Europea actuara “con firmeza contra el país de Mohamed VI cuando Rabat propició en mayo de 2021 una llegada masiva de migrantes sin precedentes a las fronteras de Ceuta”.

Sin embargo, reconoce que “Marruecos es una pieza clave en este delicado escenario geoestratégico, y Bruselas hace bien en extremar el cuidado para que las políticas de Rabat encajen con los intereses europeos”. El editorial aprueba que se actúe con “solidaridad”, si bien: “Esa misma actitud, sin embargo, permite exigir de Marruecos transparencia en la gestión de los fondos y un estricto respeto a los derechos humanos de los migrantes”. Traducción: que no fomenten las oleadas migratorias, que se les pague para ello, y que no maltraten a nadie, que no es estético...

Me gustaría ser como los tertulianos de Telecinco y tener soluciones para todo. Por desgracia, la omnisciencia no se encuentra entre mis habilidades curriculares. No sé cuál es la solución para el conflicto con Marruecos. Sin embargo, no creo que sea esta y, desde luego, me niego a aplaudir que se pague un chantaje.

Como medio de comunicación, se espera de El País que, de manera directa, o a través de sus profesionales, haga propuestas, que apoye medidas o las rechace. Hasta puedo llegar a entender, aunque no lo apruebe, que apoye el pago a Marruecos porque son tiempos complicados.

Sin embargo, El País, a través de un editorial, está denominando “solidaridad” el pago de un chantaje perpetrado por un Gobierno que instrumentaliza a personas desesperadas. Y como si los eufemismos no fueran muestras suficientes de cinismo, justifica el pago del chantaje, lo aplaude y tiene los arrestos de pedir que, al menos, si los señores de la frontera no lo tienen a mal, respeten los derechos humanos. Y lo del Sahara lo dejamos para otro día, no vayamos a molestar a alguien. Una muestra más de que El País ha perdido el Sur.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 4.8.22
¿A qué lugar llamas paraíso, amigo mío? Soy demasiado joven, y demasiado incauto, como para definir un cielo en el que no creo. Quizá sea la materia pura, de celeste sustancia, donde las almas alcanzan el reposo que no alcanzaron como huella viva. A lo mejor, como se nos promete, sea el lugar donde tornamos en pureza, previa resurrección de la carne y liberación de las prisiones de la incertidumbre.


Amigo mío, tal vez tengas por cielo el lugar donde pecar, que es vivir, esté permitido por la revelación más esquiva. Sería el lugar donde los pecados capitales tendrían plaza legítima, y donde no haya que preocuparse por un mañana que no será ayer.

Más aún. Quizá llames paraíso al sádico lugar donde tornas en lo revelado, y ejerces a voluntad el reparto de los dones y las ausencias. Una apoteosis que ahuyente los complejos de la conciencia.

Tal vez, amigo mío, aspires a una suerte de santidad, como la supresión de los deseos. Un paraíso estático sin historia ni relatos. Un paraíso puritano, un cielo muerto. Pues vivir es pecar, y pecar es movimiento de aquelarre. Y el aquelarre nunca es celeste, por mucho que purifique en ardores.

Olor a bosque virgen, respiración pura, sonido de arroyo. Un mundo sereno puede ser también otro paraíso, mas no humano. Porque la serenidad permanente es un ideal y lo ideal nace de lo humano, concebido por los desvelos de la conciencia.

En fin, amigo mío. Hay tantos paraísos como fugitivos de los sinsabores de la vigilia. Te admito que no sé en qué consiste el cielo, ni si lo hallaremos en movimiento o reposo. Si somos materia impura, lo desconozco.

En cambio, sí me hago una ligera idea de lo que debe de ser el infierno. Dudo que sea de azufre y fuego. Tampoco el castigo eterno, cabrones tenebrosos, ni pesadillas sin despertar. No es puchero hirviente en la Córdoba estival o un mal concierto sin final. El averno no consiste en imágenes lúgubres, silencios o monstruos seductores.

Quizá, amigo mío, el infierno consista en vivir con miedo. Miedo de no poder pagar una factura o, peor, la certeza de no poder hacerlo. Puede ser la angustia de los padres de familia sin recursos, la amenaza de la bomba, las ausencias del solitario, la incertidumbre del desempleado o la lucidez del descreído

Tal vez el infierno se sustente más en los monstruos de la conciencia que en las torturas de la carne. Poco importa el origen de la creencia o el destino de la ensoñación: los paraísos pueden tener dimensiones mortales o divinas, pero el ser humano es la medida de todos los sufrimientos.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
  • 21.7.22
No sé en qué quedará el caso Ferreras. No soy juez para juzgar si es responsable de haber difundido a propósito información falsa. Desde luego, él lo niega. Lo que sí sé es que la credibilidad es el bien más preciado de un profesional de la información, porque de ella deriva la confianza.


Sin embargo, no es secreto que el oficio ha estado al servicio de los intereses de los poderosos desde los orígenes del mismo. La mentira y la verdad a medias son el día a día en una prensa que no tiene más control que el del mercado y, en ocasiones, una Justicia cada vez más raquítica y manoseada.

Las fuentes de credibilidad y confianza han variado a lo largo de los años. En los tiempos del gaceterismo, las autoridades y los propios impresores eran la fuente de credibilidad. Una honestidad que, en ocasiones, estaban obligados a reivindicar.

Así fue el caso de la impresora María Pérez en 1621. Al final de la relación anónima Victoria que el armada de Inglaterra alcançò con solos diez Galeones de diez y siete Naos de Turcos, a vista de Tarifa, tres dias despues de la que alcançò nuestra Armada en el Estrecho de Gibraltar y assi mismo se refiere el daño que la dicha Armada hizo (disponible aquí), se lleva a cabo una reivindicación que debe de atribuirse a la impresora:

[…] y adviertan que si aca imprimimos todas las nuevas que vienen, es porque todos generalmente piden con tanta ansia como podrían pedir pan, aviendo gran falta de trigo, que ay dia que es necesario un portero que dè razon a todo genero de gente, que piden relaciones impresas de lo que apenas se sabe en la ciudad y llegò a sus oidos. La verdad te decimos en sustancia, de cualquier suceso, y cree que ninguna relación que se imprime es inventada, sino adornada, deja de mormurar, y entretenerse en leer lo que yo dispongo con harto trabajo.

La cita de fuentes informativas para sustentar la credibilidad fue una práctica minoritaria hasta el siglo XIX. Una excepción en los tiempos de María Pérez fue Juan Serrano de Vargas. Este impresor también redactó sus propias noticias, vinculadas con desastres naturales en Andalucía. Será el propio Serrano de Vargas el que denunciará la divulgación de noticias falsas en un memorial de 1625 (disponible aquí):

[...] hase de mandar a los comisarios y veedores cada uno en su distrito que quiten todos los papeles impressos como no sean cartillas y libros de la passion y catones, reformando todos los que entre impressores llaman menudencia o recetería, en que andan impressos muchos disparates, no consintiendo a los ciegos y papelistas repartan indulgencias oraciones y otros papeles, publicando embelecos, mentiras y milagros nunca sucedidos [...] Pide Seuilla gran cuydado en los papelistas y ciegos, donde es la gente muy nouelera y se reciben bien inuenciones y ay gran numero de impressores; en Seuilla ay siete [...]

En Montilla, lugar de pocos vezinos y de quatro hombres de letras medianas, ay dos impressores que son fuente de mil inventivas y disparates que imprimen y cunden el Andaluzía; en Cádiz ay otro; y en Xerez otro y en Malaga dos, donde no los hubo jamas ni pueden sustentarse, y assi quando uno quiere imprimir algo en ofensa o defensa acude a estos, que ven el cielo abierto
[...]

En pleno siglo XXI, el problema de la credibilidad y de la confianza en los medios sigue vigente como consecuencia del uso excesivo de fuentes institucionales, unas condiciones laborales precarias y los intereses de los de siempre.

Las agrupaciones profesionales del periodismo deberían de tener potestad para garantizar el cumplimiento de ciertos mínimos deontológicos. Sin embargo, a día de hoy, carecen de herramientas eficientes. No conviene dárselas.

En un estudio reciente, los investigadores Jorge Vázquez-Herrero, María-Cruz Negreira-Rey, Alba Silva-Rodríguez y Ana-Isabel Rodríguez-Vázquez (disponible aquí) se proponen, entre otras cuestiones, identificar las principales razones que justifican las preferencias informativas de la ciudadanía española, observando los factores de confianza, proximidad, especialización temática, línea editorial y canal. Las conclusiones no pueden ser más claras:

[…] se observa que la proximidad es una de las principales razones por las que la audiencia escoge un medio u otro. Este indicador está, además, intrínsecamente relacionado con el de la confianza, que destaca como primer factor a la hora de decantarse por una marca periodística o canal –siendo ambos más importantes que la línea editorial o la especialización temática–.

Se confirma que la confianza continúa siendo fundamental a la hora de seleccionar ciertas cabeceras para informarse (Rodríguez-Fernández et al., 2020), aunque esta haya ido mermando con el paso del tiempo (Newman et al., 2020) debido a un contexto de control informativo, concentración empresarial y de creciente circulación de contenidos falsos. De este trabajo se desprende que el nivel de satisfacción manifestado con respecto al contexto social, político y económico del país puede tener influencia en el grado de confianza mediática
.

Insisto: no soy juez. No puedo ni debo juzgar a García Ferreras. Sin embargo, hay un hecho indiscutible. Si las acusaciones son ciertas, no le quedará nada. Porque, tanto ayer como hoy, un profesional de la información sin credibilidad es tierra bañada en sal.

Haereticus dixit

RAFAEL SOTO
  • 7.7.22
Amenazante, la dorada luz de julio inunda la penumbra de mi habitación. Despierto de la siesta y dirijo la mirada hacia la ventana. Los espacios entre las lamas de la persiana dejan escapar borbotones de luz desbordante. La intensidad lumínica no me ciega, sino que más bien me entretiene. Disfruto de un momento que sé que es efímero.


Remoloneo en la cama medio dormido y empapado en sudor. Atrapado entre luces aceitosas y sombras sedantes, se me vienen recuerdos desordenados a la cabeza, cuya procedencia o pertinencia no acierto a comprender. Momentos que vinieron y se fueron.

Ciudad del Betis. Es una mañana de fin de semana. Mi hermana y yo nos disponemos a disfrutar del nuevo día como lo hacen los niños: abiertos a la improvisación. Alguien decide que tenemos que airearnos y mi abuelo se hace cargo.

Mi hermana debe de rondar los cinco años, yo los ocho. Para nosotros, salir de nuestro Polígono de San Pablo o ir a la playa era lo más parecido a hacer turismo. Estamos encantados.

Temprano, antes de que hiciera más calor, nuestro abuelo nos monta en la línea 21, en la avenida de la Soleá, y nos bajamos frente a los Jardines de Murillo. Recorremos la calle San Fernando y nos paramos frente a la fuente de la Puerta de Jerez. Mediante patadas en el suelo, mi abuelo nos explica que el subsuelo está hueco. Según él, por las obras del metro. Ni idea.

Nos dirigimos a la Torre del Oro y, siguiendo el río, nos bajamos en el Muelle de la Sal. No había nadie a media mañana y el lugar estaba en un estado ruinoso. Casi tanto como, en la otra margen, el muro de contención de la calle Betis.

Mi abuelo se sienta en unos escalones, hoy reformados. Mientras, mi hermana y yo nos sentimos fascinados por la majestuosidad del Guadalquivir, así como por el Puente de Triana –o Isabel II, si somos correctos–. Una fascinación que se repetía cada vez que nos llevaban allí.

Nuestro abuelo nos advierte sobre los peligros de acercarse demasiado al río pero, como de costumbre, solo tengo ojos para su cauce. Me pregunto de dónde proviene el agua y si se mueve de izquierda a derecha, o al revés. Busco peces con la mirada mientras fantaseo con nadar hacia Triana.

Es seguro que mi abuelo no sabía que estaba creando un momento feliz o, al menos, curioso de mi infancia. Él se limitaba a evitar que jugáramos con el agua y a observar, desde lejos, el barrio en cuya vega nació y se crio. Tenía una mirada extraña que no supe identificar. Hoy sé, o creo saber, que su mirada era de nostalgia.

Tras observar a mi abuelo por un momento, giro la cabeza y me fijo en el muro de contención de la calle Betis. Entonces, igual que hoy, la pared se dividía en rectángulos blancos separados por una suerte de pilares de color mostaza –aunque no estoy seguro de si son pilares o si se les debe denominar de otra manera, la verdad–.

Cada rectángulo contenía entonces una letra furtiva que, en conjunto, formaban dos palabras que ya hoy permanecen ocultas tras una capa de pintura. Entre las dos palabras, una bandera. Siempre habían estado ahí, pero en aquel momento ya sabía leerlas. Inconsciente de su significado, leo en voz alta: “SAHARA LIBRE”.

Un ruido me devuelve a la habitación. Sigo sudando. Me libero de la prisión de la penumbra y me dirijo a la cocina para picar algo. Mis pensamientos tornan en ardillas, y mi mente en un bosque denso en el momento del crepúsculo.

Me da por pensar que todo es efímero. Aquel recuerdo durará lo que duremos este texto y yo –mi hermana no se acuerda–. Las personas que menciono son perecederas y, de hecho, mi abuelo hace ya tiempo que falleció. Tanto mi hermana como yo lo seguiremos algún día. También los problemas vienen y van. sin embargo, los males sociales no desaparecen hasta que se esfuman los intereses de los que los provocan. Quizá, por eso, hay males que parecen eternos.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO ESCOBAR
  • 23.6.22
Estimados miembros de la izquierda aristocrática:

Soy consciente de que son días difíciles para vosotros. Sin embargo, ahora que os han mandado “al rincón de pensar” –palabrita de Teresa–, es momento de que reflexionéis y hagáis autocrítica. Habéis perdido el Sur, no perdáis el Norte: los ciudadanos buscan buenos gestores, no luchas épicas contra fascismos o comunismos, ni salvadores de la Patria. Volved a la sensatez de la centralidad.


Como bien sabéis, ‘aristocracia’ viene del griego ‘ἀριστοκρατία’ y significa algo así como ‘gobierno de los mejores’. Porque ese es parte del problema: desde vuestra torre de marfil, consideráis que debéis pensar, actuar y gobernar sobre los ‘peores’. Y ahí os perdéis.

Copa de vino en mano, a algunos miembros (y miembras, miembres, miembris o miembrus) de vuestra aristocracia les place dirimirse en discusiones bizantinas. Revolucionarios de salón. El peor delito para vosotros: hacer el juego a la derechona. Porque los trapos sucios se debaten en casa entre copa y copa.

Después estáis los de esa izquierda populista, que no popular, que se enorgullece de estar escorada hacia el extremo. Compartís el mismo afán ilustrado de los primeros –todo por el pueblo, sin el pueblo–, y os dividís en las mismas camarillas.

Sin embargo, preferís sustituir la copa de vino por la litrona, y os gusta haceros ver entre el vulgo al que decís pertenecer. O somos de los vuestros, o somos de los otros: fachas o herejes que le hacen el juego a la derechona... Pregúntenle a Errejón y a Teresa Rodríguez, de los pocos que aún conservan cierta dignidad entre vosotros.

Os confieso que no sé qué fue de aquella izquierda que ilusionó a la España de la Transición y que gobernó Andalucía casi cuarenta años, hasta el punto de convertirse en una caricatura de sí misma. Tampoco de aquella alternativa que salió del 15M y que tanto me ilusionó en su día. Esta no es nuestra izquierda.

La culpa es siempre de otro: la herencia recibida, Susana Díaz, la pandemia, Franco, la “guerra de Putin”, Ayuso, los medios de comunicación, la derechona, Europa, Argelia… Ya no sabéis qué hacer o qué decir por no aceptar que el sanchismo ha sido veneno en la izquierda española. Y en Andalucía se ha visto mejor que en ningún otro sitio.

Ya que no sois capaces de llegar a esa conclusión por vosotros mismos, os digo que me parece una indecencia debatir sobre el sexo de los ángeles mientras que la gasolina supera los dos euros por litro, la inflación está desbocada, la electricidad se convierte en un lujo y se manipulan las estadísticas para que una reforma laboral estética parezca buena.

Hace tiempo que los espacios culturales dejaron de ser lugares de debate para convertirse en áreas de recreación ideológica. El auténtico debate en la izquierda hace tiempo que está muerto porque nadie se atreve a que lo clasifiquen de ‘facha’ o ‘hereje’.

Defender la igualdad no es defender que unos sean más iguales que otros. La igualdad es justicia social entre ciudadanos, sin depender de cómo te sientas, lo que te cuelgue o no entre las piernas o el terruño en el que hayas nacido.

Los feminismos y los debates sobre identidad y género son necesarios y deben ser plurales. Sin embargo, son cuestiones ideológicas que deben salpimentar una propuesta económica progresista. No hay justicia social posible sin una economía saneada.

Los impuestos son necesarios para el mantenimiento del Estado del Bienestar. Sin embargo, no sé qué tiene que ver con el bienestar el hecho de que cada vez que hay que aprobar una medida de calado, a los ciudadanos nos cuesta un nuevo concepto presupuestario en favor de los supremacistas que denominan a los andaluces ‘basura blanca’, ‘paletos’ y ‘vagos’.

Una población formada –tanto en contenidos como en pensamiento crítico– es una población que se enriquece y que enriquece. Una población sana vive más años, trabaja más, paga más impuestos. La educación y la salud son inversiones de futuro, no gastos.

La política económica de los partidos progresistas no puede reducirse a aumentar el ‘gasto’ público y subirle los impuestos a los ‘ricos’, malos, malísimos. El hecho es que al sector primario no le compensa producir, ni al transportista transportar. La realidad es siempre más compleja.

En el equilibrio entre inversión y recaudación se sustenta el Estado del Bienestar, y no en el gasto electoralista según cómo sople el viento. Mientras escribo estas líneas, vuestro Kennedy español anuncia nuevas medidas económicas. Ahora. Y todas inútiles, porque no son parte de un plan, sino parches temporales pagados con dinero ajeno.

Los andaluces os han demostrado que no son amigos de autoritarismos. Vox, el sanchismo y los andalucismos perdidos –no por andalucistas, sino por su mal enfoque– se han ido ‘al carrer’.

Sí, lo sé. Somos demasiado lerdos como para deciros lo que tenéis que hacer. ¿Cómo nos atrevemos a deciros lo que tenéis que hacer? No estamos a vuestra altura intelectual y, por eso, el populacho no elige a los vuestros. Manipulados todos…

Sin embargo, tendréis que admitirme una cosa. Por muy guapo que Pedrito salga en las fotos, y por muy inclusivos que sea vuestro uso del idioma, no tenéis un plan de futuro ni para España ni para Andalucía.

Si queremos que la izquierda vuelva a tener la fuerza de antaño, necesitamos un plan económico progresista, realista y libre de medidas electoralistas. El corto plazo debe dejarse a un lado en favor de medidas con impacto en el futuro. Las discusiones bizantinas deben dejarse al margen para centrarnos en lo que nos une: la lucha contra la injusticia social.

Con la certeza de que mis palabras caerán en saco roto, os mando un cálido saludo en momentos tan inciertos.

Atentamente,

RAFAEL SOTO
  • 9.6.22
Entiendo a esos indecisos o, incluso, votantes de izquierdas de toda la vida que se plantean votar a Vox en las próximas elecciones en Andalucía. Es más, el mayor defecto de los ‘progres’ es su incapacidad para empatizar con ellos. Sin embargo, quisiera decir a esas personas que Vox está lejos de ser la solución a los males de la sociedad andaluza.


Vox, al igual que el sanchismo y la sopa de letras podemita, es un movimiento populista que pretende acabar lo que el Gobierno más ‘progre’ de la Historia de España agravó “a velocidad de crucero”: el desgaste de las instituciones democráticas, incluyendo a la prensa.

Que Macarena Olona sea andaluza de Alicante es el más pueril de los argumentos. Vox toma los mismos planteamientos que los ‘progresistas’ y los revierte a su gusto. Solo hay que leer el siguiente párrafo, extraído de su Agenda España:

Las sociedades occidentales están amenazadas por un totalitarismo global promocionado por grandes fortunas, el consenso progre de las élites; y apoyado por las fuerzas de choque de la extrema izquierda. El resultado es la indefensión de los españoles y sus familias ante el rodillo de una agenda totalitaria que amenaza gravemente las libertades.

Si le cambiáramos las palabras ‘progre’ por ‘facha’ y ‘extrema izquierda’ por ‘extrema derecha’, este párrafo podría ser firmado por el Kennedy español o por la ‘ministre’ de Igualdad. Porque son lo mismo desde el extremo opuesto.

Hay quien cree que la solución se encuentra en votar a personas “que hablan claro” frente a la lenta y decidida descomposición del Estado, la ausencia de políticas económicas serias, y una corrupción que no entiende de colores.

Sin embargo, no nos perdamos. Estamos hablando de un partido político que tiene entre sus propuestas acabar con la Radio y Televisión de Andalucía (RTVA). Es más, Vox no ha dedicado a Andalucía ni un mísero programa electoral. Se trata de una posición política que está en contra de la autonomía de Andalucía, en vez de defender nuestro modelo frente a los excesos de vascos y catalanes. Estamos hablando del nacionalismo español más cerril.

Cerril y cobarde, puesto que se exponen lo justo ante la Opinión Pública. Son escasas las entrevistas a miembros de este partido tanto en Andalucía como en España. Porque a los que “hablan claro” no les gustan las entrevistas ante profesionales de la información.

Al igual que ha ocurrido en otros países, el populismo busca desgastar las instituciones para, al final, ponerlas a su servicio o extinguirlas con causa justificada. Esta cuestión ya ha sido estudiada por numerosos sociólogos y politólogos, y no vamos a insistir en ello.

Son elecciones autonómicas y, sin embargo, los andaluces votarán en su mayoría en clave nacional. El sanchismo muestra signos de agotamiento y, en pleno cambio de tendencia, Vox y PP se han crecido. Mientras, Ciudadanos mendiga unos escaños al amparo del Partido Popular y las izquierdas populistas aspiran a sobrevivir a sí mismas.

La mayoría de los votantes andaluces son defensores de lo público –desde la exigencia de una gestión responsable, que no la habido durante años–, autonomistas convencidos y españoles sin complejos ni conflictos de identidad. Sí, es cierto, muchos estamos desencantados y renegamos de los partidos tradicionales. Sin embargo, los movimientos populistas están lejos de ser una solución.

Si queremos combatir estos extremos, la solución es defender las instituciones. Debemos exigir una prensa libre, con calidad y con observancia de los mínimos deontológicos. La corrupción debe combatirse con ahínco y el poder judicial debe ser, al fin, independiente. Necesidades incompatibles con la esencia del régimen partitocrático del 78.

Esa defensa de las instituciones debe empezar en Andalucía, si es que pretendemos ‘reconquistar’ España, como fomenta Vox en su propaganda. Tanto Vox como el sanchismo y los movimientos populistas de pseudoizquierda no son más que la degeneración del sistema. Pongámosles un alto.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
  • 12.5.22
En el marketing político, las sensaciones son más importantes que los hechos. Por tanto, en un momento en el que los partidos son poco menos que marcas, las sensaciones son relevantes para el análisis político.


El sanchismo ha mandado a Paz Esteban al carrer con unos argumentos poco sólidos, tirando a miserables. “Sustituida”, que no “destituida”. Los supremacistas catalanes necesitaban una cabeza a la que escupir y el Gobierno se la ha ofrendado con un ramo de flores. ¿Sensaciones?

No somos pocos los que tenemos la sensación de que ya no solo la salud pública está al servicio de los partidos, sino que la propia seguridad nacional también. Hay quien todavía no se ha enterado de que el Régimen del 78 es una partitocracia…

Y mientras el presidente del Gobierno suma un cadáver más en el campo de malvas de Moncloa, Alberto Núñez Feijóo triunfa como Los Chunguitos en su gira de verano en el Cercle d’Economia de Barcelona. Sensación fea, tirando a calcetín sucio remendado.

La extrema derecha va camino de un nuevo resultado histórico en Andalucía mientras que parte de las autodenominadas “izquierdas andalucistas” vuelven a hacer el ridículo. Otra vez. Mientras, Adelante Andalucía y Andaluces Levantaos van a lo suyo.

Corazón en mano, soy incapaz de percibir la más mínima diferencia relevante entre todas las taifas andalucistas más allá de personalismos y ambiciones varias. Otra sensación que, estoy convencido, percibe parte de la ciudadanía. Es difícil tomarlas en serio.

Las derechas ascienden, las pseudoizquierdas implosionan. Sánchez se aplica su manual de supervivencia. Una población cansada de vivir tantos hechos interesantes va a volver a ser movilizada en una cruzada entre buenos y malos. Sensación generalizada de agotamiento.

Y la impresión que yo tengo, desde las Elecciones a la Junta de Castilla y León (lo comentamos aquí), es que se cuece un cambio de rumbo. Que muchos socialistas empiezan a cansarse del Kennedy español. Sánchez ha hecho suyo el principio maquiavélico de que es mejor ser temido que amado. Ni es el primero, ni es el único entregado al innoble arte del amedrentamiento. Sin embargo, quizá, haya a quien le dé por pensar que puede haber otro matarife más misericordioso y menos quemado. La cuestión es cuándo.

Observemos la evolución de las elecciones andaluzas y sus consecuencias, con la esperanza de no ser los siguientes en pasar por el matadero.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO
  • 28.4.22
Hoy es jueves 54 de abril. Desconozco el santoral correspondiente. Todo es tan aleatorio en los tiempos que corren... Y, sin embargo, mis miedos se reducen a que mañana, en la tierra de la piel de toro, sea 53 de abril.


Mi Betis ha ganado la Copa del Rey –una alegría, al fin–. Andalucía adelanta elecciones entre Guatemala, Guatepeor y unos andalucistas con demasiado norte en la cabeza. Los corruptos vuelven a ser presuntos y, en el mundo, la gente sigue matándose entre sí.

Dicen que la luz va a bajar, aunque por un año. Que no nos emocionemos. ¿Transición energética? Salvo lo del Betis, nada nuevo. Vuelva usted mañana.

No salimos del Régimen del 78, ni muchos son conscientes de vivir en el mismo. Es cierto, no se trata de una dictadura, ni tampoco son tiempos de violencia física en la piel de toro. Aunque hay otro tipo de imposiciones, así como intimidaciones más sutiles.

En tiempos de auténtica dictadura y brutalidad, Blas de Otero escribió su poema 15 de abril: “La primavera ha venido / y se ha ido”. Yo me pregunto hoy, 54 de abril, si estamos en invierno o si, sufridos del cambio climático, confundimos ya las estaciones y los días.

Un 50 de abril cualquiera vio a todos los partidos políticos defender quién había robado menos. Presuntamente, por supuesto, aunque esta palabreja atente contra el buen estilo. Porque da igual la estación del año en la que nos encontremos: el estilo se refina para el latrocinio y el embaucamiento del inerme. Poco más. Quizá, para mañana.

Hemos vivido una crisis económica, un 15M, cambios de gobierno, actos terroristas, sentencias varias, desastres naturales, austericidas, demagogos, “golpes al Estado” –palabrita de lengua viperina–, pandemias y, ahora, una guerra desde lejos... Y hoy, 54 de abril, seguimos necesitando atentar contra el buen estilo, con miedo al mañana.

El sucesor del sucesor del dictador continúa viviendo del Estado, como en aquel 15 de abril. Aunque con la indumentaria propia de esta estación, claro está. Los supuestos defensores de la igualdad se inventan nuevos falsos debates con los que recalcar sus diferencias, mientras que los buenos gestores se proponen, como solución al desgobierno del país, venderlo al mejor postor.

Hay que decir que el Régimen ha heredado del Franquismo ideas extrañas. La república, de izquierdas e indepes. La defensa de su Estado, de derechas. Los supremacistas vascos y catalanes, progresistas de pro. Si el sanchismo son juegos de artificio, ¿será el feijóoismo un incendio controlado? Ya se verá mañana.

Contradicciones insalvables: contra las ideas, partidos de Estado; los puros, partidarios de la depuración; el fraude, pecado del semejante; la presunción, patrimonio de todos. Eso sí, al final, los ricos más ricos y los pobres más pobres. Vuelva usted mañana.

Es 54 de abril y, sin proyectos ni futuro, veo que la primavera queda lejos, bien lejos... Y, así, mis miedos se reducen a que mañana, en la tierra de la piel de toro, sea 53 de abril.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO

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