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Feliz y macabro aniversario

Se dice pronto. Cien años. Tres cifras. Rápidas de recordar. Por desgracia, soy de memoria frágil. No me lo tomen en cuenta, por favor. Pasó todo muy rápido. De aquellos días poco queda ya en las calles. Las gentes, el aire. Quizás algún grito de horror, alguna trinchera que algún soldado anónimo defendió hasta que el aire dejó de serle útil en los pulmones.

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Sangre, polvo y humo. Familia y amigos de la barbarie. Por un trozo de tierra que cambiará su presunto valor por vidas humanas. El trueque que define al macabro siglo XX. Realizado por cómodos oficinistas que parecen disfrutar aumentando mi trabajo en un despacho alejado de su creado caos.

Avanzó el tiempo, pasando por supuesto factura, pero no limpió bien algunos rincones. Las cornetas, los viejos uniformes. Banderas y fronteras, excusas burocráticas para apretar el gatillo. Se aprieta fácil, limpiar su trabajo no lo es tanto. Alguien señalará un punto en un mapa determinado, por arte de magia, ese pequeño punto cobrará vida propia.

Pero no se engañe, querido desconocido, la calidad de esa vida no invita a ser vivida. Todo lo contrario. De inmediato, se moverán los hilos. Se jugará el vender las mejores intenciones a la opinión pública. Antes de que si siquiera piense en lo publicado en las portadas de juguete, caerá la primera bomba.

De nuevo, vuelta a empezar. Aún no cicatrizaron las últimas heridas. Se abren otras nuevas. Nunca entrará en crisis el fructífero negocio de dolor por petróleo, poder, ventajas territoriales, etc. El etcétera más grande del mundo. Llevó de masiado tiempo dedicándome a lo mismo. Me gustaría ser un gran ignorante en este campo.

Las únicas carcajadas que salen de mi boca son las provocadas por las declaraciones de aquellos ignorantes que afirman que esta vez, será la última, que todo lo perteneciente al pasado está cerrado, que al igual que en los cuentos infantiles hay buenos muy buenos y malos que recibirán su castigo. Parecen disfrutar de mi labor.

Cierto es que si tanto me llaman y me provocan, será que soy muy bueno en mi trabajo. De ser así, de creer que soy muy bueno, jamás entenderé el motivo de que me obliguen a demostrarlo. Nunca tuve vacaciones. No creo que las tenga nunca. Cien años. Creí, iluso de mí, que bajarían las llamadas tras mi gran trabajo hace cien años. Pero no fue así. Qué pocas ganas de visitar Crimea.

CARLOS SERRANO

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