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Joaquín Berges: “En el dolor difícilmente cabe el humor”

Licenciado en Filología Hispánica, Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) se dio a conocer con El club de los estrellados. Su última novela, Los desertores, es un homenaje al cobarde que todos llevamos dentro. Su autor narra la historia de Jota, quien observa los camiones que entran y salen del mercado de frutas donde ha trabajado hasta su jubilación cuando, de pronto, sin comunicárselo a nadie, sube a uno de ellos en dirección de la frontera francesa. Ha publicado además Vive como puedas (2011), Un estado del malestar (2012) o Nadie es perfecto (2015).



—Una novela que es un homenaje a los desertores. Ya era hora de que alguien reivindicara a ese cobarde que todos llevamos dentro.

—Y que al final resulta que es un valiente. Sobre todo, si uno es un desertor en tiempos de guerra, porque lo que haces es subrayar tu individualidad frente a una especie de locura colectiva, que suelen ser las guerras.

—Como tú dices, más que cobardes por huir, deben ser recordados por “la valentía de luchar contra sus propias vidas”.

—Exactamente. Porque los soldados de las trincheras estaban en el corredor de la muerte, condenados a recibir metralla en cuanto salieran al campo de batalla. Puedes aguantar, como aguantaron ellos, cinco meses, pero al final tienes que luchar por tu vida. No por una idea sin sentido.

—Antihéroes. Cobardes. Desertores. ¿Por qué estamos tan mal vistos quienes ante todo amamos nuestras propias vidas?

—Bueno, yo creo que está en la naturaleza humana. He tardado dos años en escribir esta novela y todos los días me he preguntado cuánta deserción hay en mí y he encontrado mucha. Y considero que es normal.

—En esta novela mezclas ficción y actualidad con un hecho real que conociste en 2016 en el centenario de la batalla del Somme.

—Exactamente. La novela es un viaje desde el presente de ficción hasta el pasado real. Y hay un peregrinaje que hace el protagonista y que al mismo tiempo hace el lector.

—Esta novela también es un giro en tu carrera literaria. Abandonas el humor y la ironía, y te comprometes con el dolor.

—En el dolor difícilmente cabe el humor. Yo, primero, pienso en la historia que quiero contar y después en el tono. En este caso, no había espacio para el humor. Lo que no significa que renuncie a él.

—Dos desertores ingleses y amigos. Y Jota, un protagonista de nuestros días desertor del mundo “doméstico” de cada día.

—Hay desertores en tiempos de guerra y desertores en tiempos de paz. En el caso de los soldados ingleses desertan para salvar la vida. Jota es otro desertor pero no salva la vida, lo que busca es salvar su identidad, su independencia.

—La novela está dedicada a estos dos soldados. No a los personajes, sino a las personas. ¿Qué viste en ellos entre tanto desgraciado que perdió la vida en esa batalla?

—Lo que más me impresionó fue las palabras que el padre de uno de ellos mandó grabar en su tumba. Fui a visitarlas de hecho. Eso es lo que le da sentido a toda la novela. Porque esas palabras son las que también mueven y conmueven a Jota para hacer el viaje desde el presente al pasado, desde la ficción a la realidad.

—Has definido tu libro como una historia de padres e hijos. El eterno enfrentamiento y el eterno retorno.

—Y la historia de la humanidad. Porque podemos contar la Historia de hito en hito político, histórico, territorial o artístico. O podemos contar la Historia como una historia de padres e hijos y madres e hijas. Al final, somos árboles genealógicos en una especie de, llamémosle, bosque genealógico.

—Esos jóvenes, como tantos, y como tú dices, fueron “engañados y enviados a morir”. ¿Qué tiene la palabra patriotismo que nos nubla la sesera?

—Algo tiene, porque nos la nubla. Y a ellos se la nubló. Ellos se alistaron voluntariamente y fueron al campo de batalla cantando. Quizá porque lo que creían es que iban a abandonar sus rutinarias existencias y se iban a convertir automáticamente en unos aventureros, en unos exploradores, en unos héroes.

—Tu gran sorpresa, al documentarte, fue que descubriste que muchos soldados de ambos bandos escribían poesía. ¿Algún día venderán los libros de versos en farmacia con fines terapéuticos?

(Sonríe). Ojalá sea pronto, porque eso es lo que pasó allí. En las trincheras solo estaba la poesía para dar un poco de luz a aquellas tinieblas, a aquella pesadumbre, que vivían todos. Hubo una generación de poetas de guerra, de poetas de verdad que fueron a la guerra, estaban educados en las mejores universidades, escribieron poemas y contagiaron a otros soldados que no eran más que poetas amateur, y también escribieron.

—Tu libro es un viaje al pasado y al presente. Tal vez al futuro. Huida pero también búsqueda y encuentro. En el trayecto, ¿te has encontrado, te has confundido, te has extraviado o te llamó la mujer a ver dónde estabas?

(Ríe). Yo creo que no me he extraviado. Yo creo que al revés. Yo creo que he comprendido que el sentido de la vida, contrariamente a lo que podría parecer, es un poco del presente hacia el pasado. Es como si en el presente no pudiera haber nunca una realidad, que todos fuéramos personajes de ficción.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO