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Javier Castillo: “Un tren daría para una buena novela”

Javier Castillo (Málaga, 1987) estudió Empresariales y un máster en Management en ESCP Europe. Ahora publica su tercera novela: Todo lo que sucedió con Miranda Huff. Trabajaba como consultor de finanzas corporativas, pero abandonó los números para dedicarse a las letras a raíz del éxito de su primera novela, El día que se perdió la cordura, convertida en fenómeno editorial y vendida en Italia, México, Colombia, Argentina y Portugal, y próximamente en Turquía, Japón y Corea.



Los derechos audiovisuales de la novela han sido adquiridos para la producción de una serie de televisión. Su segunda novela, El día que se perdió el amor, lo afianzó como autor de historias de suspense. Ambas novelas llevan vendidos más de 300.000 ejemplares en España.

—Con esta novela, ya van tres. Y hasta ahora sin pinchar.

—Hasta ahora. Y espero que la racha me dure un tiempo.

—Tu historia indaga en los misterios de lo cotidiano, allí donde se agazapan los miedos más primarios.

—Ahora en el miedo que hay dentro de una relación.

—Una pareja en crisis decide pasar un fin de semana en una cabaña en el bosque en Hidden Springs.

—El marido se ha encontrado con su mujer y, al llegar a la cabaña, se da cuenta de que ya no está. Y la novela va sobre su búsqueda.

—La novela arranca así: “Aún sentía el olor de la sangre en mi nariz”. O sea, que el fin de semana fue movidito.

—Sí. Bastante entretenido. Pero igual que el matrimonio, que ha sido una relación muy movida. Y este fin de semana ha sido la gota que ha colmado el vaso.

—Abandonaste los números a raíz del éxito de tu primera novela. O sea, se ve que le sacas los números a las letras.

—Hace ya un par de años dejé mi anterior trabajo y ahora me dedico cien por cien a escribir. Es verdad que tengo la sensación de que ahora estoy cumpliendo un sueño, que es dedicarme a lo que me apasiona.

—Nunca terminaste de leer el 'Ulises' de James Joyce y nunca regalarías 'En busca del tiempo perdido' de Proust. Los críticos te van a perseguir sin clemencia.

(Ríe). Y yo estaré encantado de explicarles por qué. Tiene su lógica. Son libros muy complicados de regalar. Y Ulises tiene un estilo que a mí no me encaja. Lo bonito de leer es encontrar el libro que a cada uno le guste.

—Hasta que no comenzaste a leer los libros que te apasionaban, no te colgaste por la lectura. ¿La pasión y la calidad no siempre van unidas?

—Exactamente. Muchas veces no están unidas. Hay grandes libros con gran calidad literaria que no te apasionan y no te llenan. Y luego, libros con menos calidad literaria que son capaces de dejarte toda una noche sin dormir.

—Así que, según tú, es mejor que en los institutos se lea a 'Harry Potter' que 'Cien años de soledad' o 'El Quijote'.

—Sí. Depende de la edad. Yo abogo por que la gente lea libros que de verdad les llenen a una edad concreta. Yo, con veinte años, descubrí Cien años de soledad, y me pareció una maravilla. Pero lo había leído con catorce y me había parecido el peor libro de la Historia.

—Antes escribías en el tren, ahora en la biblioteca de Fuengirola. ¿La familia te ha expulsado definitivamente del hogar?

(Ríe). Sí. Y encima, con la llegada de mi segundo hijo, me he quedado casi huérfano de escritorio. No tengo en casa. Me han quitado mi mesa de escritorio para poner la cuna otra vez. Así que tengo que irme fuera. Un huérfano de mesa. Escribo casi siempre fuera de casa.

—300.000 ejemplares vendidos. Tus libros se publicarán ahora también en Japón, Turquía y Corea. Y ante tanto relumbrón, dices que no sientes presión sino responsabilidad.

—Yo siempre, cuando escribo, el único objetivo es hacer que los veinte euros que la gente se gasta en el libro, valgan la pena. No pienso en si gustará o no gustará. Intento que merezcan la pena el viaje, el dinero y el tiempo de la gente.

—Te propongo que el escenario de tu próxima novela sea un tren. Deberías dar coherencia a tu biografía.

—Yo creo que un tren daría para una muy buena novela. De verdad lo creo.

—Imagina que el propio escritor escribe en el tren y desaparece antes de llegar a la última parada.

—Pues ya tienes la historia (ríe).

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO