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María Jesús Sánchez | Calor extremo

La blancura del calor extremo ha convertido el sol en luna. Luna diurna que preside una nube de polvo que todo lo esconde. Pareciera que Monet hubiese pintado el paisaje con la bruma que usó en aquel cuadro de Londres, donde todo es blancura e imágenes fantasmales de una gran ciudad en la que jugamos al escondite tratando de adivinar dónde está la Torre de Londres o el Big Ben.


El horizonte ha desaparecido y los contornos borrados con una mala goma. Día apocalíptico que contemplo resguardada desde mi asiento en un viejo tren. ¿Se puede ser viejo con solo 30 años? Hoy todo envejece con rapidez. O quizá ha sido siempre así. Pero no ha sido hasta ahora, cuando se ha poblado de canas mí cabeza, que he sido consciente de esta gran verdad. De hecho, una de mis amigas odia que hable de años, como si convertirlos en tabú fuera el hechizo para parar el tiempo o al menos la consciencia de éste.

Cada vez que levanto la vista de El infinito en un junco y observo esa desasosegante blancura, mi miedo a salir del libro aumenta. En él sigo un camino de luz que me guía por mi vida: los libros. Descubro con Irene Vallejo la eterna rebeldía de las mujeres y cómo desde antes de Cristo nos han querido callar cada vez que alcanzábamos un pequeño alcor.

Vuelta a la cueva del silencio. Hermanas, no bajéis la guardia nunca. Recorro el camino de la oralidad a la escritura, contemplo el nacimiento del alfabeto. Me asombra la sabiduría de pueblos hoy atrasados por creencias. Todo está en movimiento: no solo la Tierra da vueltas, también la inteligencia humana.

Poesía lírica porque se cantaba con una lira; pergamino por la falta de suministro de la planta del papiro. Faraones de origen griego, griegos que se convierten en soldados de Salamina contra el poderoso invasor. La historia de los libros es tan apasionante como ellos.

El origen de las letras está en los signos que representaban al mundo. La escritura cuneiforme, las ganas de pasar a la eternidad a través de una obra, la libertad de Safos... Miles de momentos se hallan en este gran ensayo.

Espero a que la noche, si bien no atenúe mucho la canícula de este día de estío, disipe esta niebla de polvo que nos obliga al sedentarismo y al frío seco que se esconde tras los grandes cristales, privándonos de nuestro supuesto libre albedrío. Vete, sol disfrazado. Y deja a la verdadera luna que contemple nuestros sueños.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ