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Un mundo feliz (según McDonald’s)

Una de las grandes novelas de ciencia-ficción es la denominada Un mundo feliz, escrita por el británico Aldous Huxley y publicada en 1932, hace, pues, ocho décadas. En ella se describía una sociedad en la que todos eran “felices”, ya que a través de avanzadas tecnologías reproductivas se lograba que en un mundo futuro se alcanzara un supuesto estado de bienestar, puesto que a los jóvenes se les programaba para ser felices y divertirse de modo permanente. Todo ello, claro, a costa de eliminar aspectos esenciales de los humanos como la familia, la ciencia, la literatura, el arte y la filosofía, entre otros.

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Hoy se nos antoja muy raro no solo el contenido de esta reconocida novela, sino imaginar un mundo en el que sus habitantes no digo que fueran felices, sino básicamente dichosos. Y eso a pesar de que el deseo de felicidad es uno de los grandes impulsos que nos mueve a afrontar los retos con los que tropezamos en ese extraño y tortuoso camino que a veces es la vida.

Hoy descubrimos que no estamos sometidos a los criterios de la razón y de la justicia, sino a algo ajeno que se nos escapa de la mano y nos señala una senda por la que no queremos caminar, pues una especie de nuevo “Gran Hermano” (según la novela 1984 de George Orwell) vigila, controla y dirige nuestras vidas a través del trabajo, de los salarios, de nuestra salud, de la educación, del derecho a la vivienda, etc.

Ahora sentimos que estamos sometidos a unas directrices que nos marcan una forma de vida que no es la que queremos, que nos aboca a grandes insatisfacciones, muy lejos de ese deseo íntimo de dicha que todos en el fondo buscamos.

Esto lo saben las grandes multinacionales. Comprenden que en la actualidad no es fácil ofrecer sus productos envueltos en maravillosas fórmulas persuasivas, esas que, supuestamente, provocan de modo inmediato la respuesta precisa a nuestras pequeñas necesidades. Entienden que nos encontramos en medio de un océano, alojados en pequeños botes salvavidas y buscando una playa a la que arribar para descansar de las múltiples olas y mareas que nos azotan.

Y, claro, estas empresas acuden a los grandes estudios publicitarios para que nos digan que estamos un tanto equivocados acerca de nuestras apreciaciones del ingrato mundo que nos ha tocado vivir y que no nos empeñemos en buscar respuestas a las actuales demandas sociales, sino que acudamos a la última tabla de salvación que resiste el embate como puede: la familia.

Hay que reconocer que en algo no se equivocan: en nuestro país, la familia se ha convertido en el último refugio que les queda a muchos parados, a muchos jóvenes, a aquellos que han visto abiertamente mermados sus ingresos… Recordemos que en la campaña de Campofrío, que no hace mucho comentamos, era la pobre abuelita la que se convertía en la “heroína”, puesto que con su pensión tenía que ayudar, nada más y nada menos, que a su nieta a salir hacia adelante.

Pues bien, ahora es McDonald’s, la conocida multinacional de la hamburguesa, la que se apunta a la propuesta de la familia para hacernos ver que la “felicidad”, a pesar de todos los pesares, la tenemos a nuestro alcance.

Y eso es lo que ha hecho recientemente promocionando la propia marca con el video titulado Cuenta conmigo, de modo que, en 2 minutos y 25 segundos, nos narra la historia de una familia muy feliz, puesto que no tiene ninguno de los problemas que actualmente acucian a la mayoría de las familias españolas.



Como podemos comprobar, con unas imágenes muy cuidadas y en una rápida sucesión de planos muy breves, inicialmente nos presenta a uno de los protagonistas: un hombre joven que espera en el pasillo el nacimiento de su hijo.

Con unas grandes elipsis, vemos crecer a este niño y pasar por las distintas fases por las que todo ser humano atraviesa: crecimiento, adolescencia, juventud, conocimiento de una chica de la que se enamora, estudios… hasta que, a su vez, se convertirá en padre feliz, al verse acompañado por los suyos propios, también felices, al parto de su mujer, que suponemos que también es feliz al dar a luz a un bebé, naturalmente, muy feliz de llegar a este mundo (¡el pobre todavía no sabe a dónde ha venido!).

Puesto que es una campaña internacional, los protagonistas no dialogan entre sí para evitar el problema lingüístico, acudiéndose a la típica cancioncilla tan característica del género cinematográfico romántico-bobalicón estadounidense, siendo su traducción escrita la que acompaña a las imágenes.

No me resisto a incluir unos párrafos de la letra “tan profunda” que nos va desgranando la voz que acompaña a cada uno de los capítulos de esas vidas:

“Puedes contar conmigo, como yo puedo contar contigo. / Si alguna vez te encuentras perdido en medio del mar, navegaré por el mundo para encontrarte… / Sabemos de lo que estamos hechos cuando alguien necesita nuestra ayuda… / Si estás dando vueltas y no puedes dormir, cantaré una canción a tu lado…”.

En medio de esa vida tan feliz, lógicamente no podía faltar una escena de cumpleaños del pequeño rodeado de sus papás y sus amiguitos en McDonald’s. Y es curioso, porque en este plano se escucha de la cancioncita: “Sabemos de lo que estamos hechos, cuando alguien necesita nuestra ayuda”.

Aquí aparece una componente subliminal en el lenguaje: se pasa en la canción a hablar constantemente en primera persona (“puedes contar conmigo”) al plural (“sabemos de lo que estamos hechos”), de manera que esta frase nos quiere decir que la multinacional manifiesta saber de qué están hechos sus productos (y de los que, según ella, nos debemos fiar).

Como es lógico, en toda familia feliz hay un momento problemático. Este se produce cuando el hijo presenta una hoja (¿las notas del examen?) y el padre muestra cara de enfado. A continuación su hijo se marcha cerrando la puerta… pero, al instante, vuelve con el cartel de la letra “L” como indicio de que ha aprobado el carné de conducir. Como buen padre (americano), le lanza las llaves del coche en reconocimiento a tamaña proeza.

Para remarcarnos de que en los momentos más maravillosos se encuentra la empresa anunciada, como compañía amiga y que forma parte de la familia, en la espera del nacimiento del que va a ser el nieto, aparece un plano detalle con la mano paterna sosteniendo un vaso plastificado de café McDonald’s.

Como toda familia muy feliz, tiene una magnífica casa con amplio salón, un gran coche, un buen trabajo (se deduce de esa cartera que porta el padre) y, lógicamente, no se encuentra en ningún riesgo de ser desahuciada, porque esto último es de pobretones; es decir, de desgraciados que se lo merecen porque “algo habrán hecho”.

Como es lógico, amigo lector / amiga lectora, si algún día te pasas por un McDonald’s comprobarás lo contentos y felices que son todos los que acuden a degustar sus “exquisitos menús” y vivirás ese espíritu de felicidad que impregna tanto a los clientes como a los trabajadores de tan magnífica multinacional, porque ellos, verdaderamente, viven en “un mundo feliz”. (Y en caso de que nunca se te ocurra ir, aprenderás que en esta vida existen ricos y pobres: felices los primeros y desgraciados los segundos).

AURELIANO SÁINZ
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