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La formación de la autoestima

Todas las personas tenemos una imagen de nosotros mismos, es decir, un concepto formado a partir de los juicios que emitimos acerca de nuestras cualidades, de nuestras capacidades y de la propia imagen que proyectamos hacia los demás. La confianza y la seguridad propias están, en gran medida, basadas en el valor de la autoestima que se va gestando en la infancia e irá creciendo (o decreciendo) a medida que nos desarrollamos.

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Este valor crucial del ser humano ha sido estudiado por psicólogos y pedagogos, puesto que es esencial tanto en la configuración de la personalidad como para ser capaces de afrontar los retos que la vida nos va a ir planteando, de modo que se pueda salir airoso en los distintos ámbitos en los que actuamos: familia, trabajo, estudios, relación de pareja, amigos, etc.

La autoestima va ser, pues, parte fundamental del carácter y de la personalidad que se va construyendo y configurando a medida que se crece. Esto lo saben bien los padres y los docentes que tienen que relacionarse con los niños: desde edades tempranas se empiezan a detectar los rasgos que van a determinar la identidad de cada uno de ellos.

En sentido contrario, la carencia de autoestima o, mas bien, una autoestima débil es un verdadero obstáculo para avanzar por ese intrincado camino que es el vivir en sociedad. Sería algo así como un árbol que va creciendo pero que se asienta sobre unas raíces frágiles: en un momento determinado puede venirse abajo, dado que aquella parte que no se ve, pero que es la base del mismo, no resiste los embates a los que se tiene que enfrentar.

Puesto que la autoestima recoge y aglutina todo un conjunto de valores y cualidades personales, no es fácil conocer el grado que cada uno pudiera tener, por lo que muchas veces se suele acudir a ciertas facetas del carácter para explicar el mayor o menor amor hacia a sí mismo.

Así, se suele decir que un chico o una chica son tímidos o extrovertidos; seguros o inseguros; optimistas o pesimistas; alegres o tristes… pero resulta un tanto complicado llegar a determinar con cierta certeza la autoestima que poseen, puesto que, en última instancia, es el propio sujeto el que sabe acerca de sus sentimientos íntimos.

En los artículos en los que abordaré este tema, aludiré a algunos psicólogos que han estudiado este ámbito; por mi parte, quisiera indicar que en mis investigaciones sobre el desarrollo emocional de niños y adolescentes me he apoyado en sus aportaciones y en las conclusiones que he extraído de los dibujos que me han proporcionado, sea a partir del tema de la familia o de otros que fueran de su interés.

Dentro del campo de la psicología, uno de los autores que han investigado en este ámbito es Jonathon D. Brown, profesor de la Universidad de Washington. Este autor, en su libro The Self, nos apunta que a medida que el niño crece empieza a conocerse, a entender sus sentimientos, al tiempo que comienza a evaluar las cualidades que cree que posee.

Según este autor, los niños con una gran autoestima se encuentran contentos con el tipo de persona que son, reconociéndose sus puntos fuertes, admitiendo también sus puntos débiles (con la convicción o el deseo de que lograrán superarlos), al tiempo que suelen tener una actitud positiva respecto a las características que despliegan, es decir, aquellas cualidades que son aceptadas por los que le rodean.

Desde el punto de vista gráfico, una clara muestra del afianzamiento en la formación de la autoestima es la alegría y la vitalidad que muestran en sus dibujos.

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Estos rasgos podemos apreciarlo en el dibujo de A., una niña de 5 años, en el que se manifiesta con seguridad en el trazo, al tiempo que representa felices a todos los miembros de la familia, utilizando todo el folio para narrarnos lo contentos que ella ve a todos los miembros de su familia: su padre, su madre, ella misma y su hermano pequeño.

Acude, por otro lado, a símbolos que representan manifestaciones de afecto como son el corazón amarillo que ha trazado entre sus padres y el de color rojo a su hermanito, como expresión del cariño que siente hacia él. A ello habría que añadir que ha dibujado un arco iris, como símbolo de alegría y protección a toda la familia.

Como caso opuesto al anterior, quisiera presentar dos dibujos de dos niños en los que no se aprecian los rasgos básicos de seguridad y cariño que deben recibir para que los inicios de la autoestima empiecen a configurarse.

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Este segundo dibujo corresponde a R., un niño de 4 años, que, al pedirles en la clase que dibujaran a la familia, me presentó esta escena. Al charlar con el pequeño, pude comprobar que solo había dibujado a su padre, a su madre y a él mismo. No trazó a ninguno de sus hermanos, cosa que me llamó la atención.

Nada más contemplar el dibujo, comprobamos que las figuras que ha trazado parecen monstruos, que de ningún modo se corresponden con las formas iniciales de las figuras humanas que realizan los niños y niñas de su edad.

Con la explicación de su maestra entendí las circunstancias familiares de R., del enorme caos y abandono que vivía en el seno de la familia, por lo que el pequeño manifestó a través del dibujo los sentimientos de inseguridad, temor y falta de cariño con los que convivía. Todo ello nos hace afirmar que crecía sin tener las raíces de la autoestima que todo ser humano necesita.

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En la misma línea que el anterior encontramos el trabajo de J., un niño de 6 años que me presentó este dibujo de su familia. Como podemos observar, todas las figuras son iguales, muy pequeñitas y en las que el propio autor no aparece. La timidez y la inseguridad del niño se evidenciaban en este trabajo, ya que, a diferencia del primero que he comentado, deja casi vacía toda la lámina, como si se enfrentara a una gran superficie y se encontrara un tanto perdido en medio de ella.

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Para cerrar esta primera parte en la que abordamos el comienzo de la autoestima, traigo del dibujo de Eva, una niña que tiene 6 años, tal como ella misma lo ha plasmado escribiendo su nombre, acompañándolo de su edad, y todo ello dentro de una especie de nube ovalada a la que ha dado color verde para destacarlos.

Lo primero que nos llama la atención es que se haya representado a sí misma sola, sin que aparezcan sus padres y hermanos en la escena. En este trabajo esas ausencias no son indicación de rechazo hacia ellos, pues la niña ha dibujado a su lado la casa en la que encuentran dentro, como me indicó la propia autora.

Tal como Jonathon D. Brown nos dice, la formación de la autoestima en los niños y niñas se empieza a construir con intrincadas descripciones acerca de sí mismos, puesto que unen de modo un tanto sorprendente la realidad con la fantasía o las ensoñaciones que construyen acerca de ellos. Es lo que hace la última niña, cuando se dibuja con ese vestido que nos recuerda a una princesa o una pastorcita de cuentos infantiles.

Y es que la autoestima infantil, en sus fases iniciales, necesariamente está cargada de fantasías en las que uno mismo se presenta como protagonista; y siempre que no deriven hacia un egocentrismo o egoísmo hay que considerarlas favorables en la formación de esta cualidad humana.

AURELIANO SÁINZ
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