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Conflictos en la adolescencia

Una de las ventajas que también presenta el dibujo de la familia es la de conocer la evolución emocional y psicológica de niños y adolescentes con el paso del tiempo. En artículos precedentes hemos ido viendo la amplitud y variedad de temáticas que pueden abordarse, estudiando tanto los sentimientos positivos como los negativos que se desarrollan en el ser humano en sus primeros años, es decir, en la infancia y en la adolescencia.

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Estos análisis, como reiteradamente explico, los he llevado a cabo a partir de dibujos concretos que obtenía en el aula, por lo que sus autores no sentían ninguna incomodidad en realizarlos, ya que, por un lado, consideraban que era un trabajo de plástica más y, por otro, no eran conscientes de que a través del dibujo estaban “narrando” su propia visión y los sentimientos que tenían con respecto a sus padres y hermanos.

Pero sucede que todas las personas evolucionamos, que nos vamos transformando, en un sentido u otro, a medida que crecemos; no permanecemos estancados en una determinada edad. Y si esto es así, lo más razonable, desde la perspectiva de la investigación que desde hace décadas llevo a cabo, sería ver cómo evolucionan aquellos alumnos o alumnas que presentaban alguna conflictividad personal.

Y la mejor forma de conocerla es regresar al año, o a los años siguientes, a la misma aula y pedirles de nuevo que realicen otro dibujo de la familia con la intención de saber cómo la construyen en esa ocasión. Esto, a veces, lo hago para entender los cambios que se han producido, tanto en estudiantes con un equilibrio emocional adecuado, como en aquellos en los que he detectado importantes problemáticas.

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Para que veamos las transformaciones que se dan con el paso del tiempo, presento dos dibujos de M., una niña que realizó el primer dibujo cuando contaba 6 años. En la escena vemos que presenta a su madre como el personaje más relevante, seguido de su padre, posteriormente, aparece ella misma, y, finalmente, su hermano pequeño. La niña, tal como se refleja en la escena, era alegre y vitalista, sin que presentara ninguna dificultad en los estudios.

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Volví a realizar esta misma temática en los siguientes cursos, de manera que muestro el dibujo que M. realizó tres años más tarde, cuando ya contaba 9 años de edad y se encontraba en cuarto de Primaria.

La escena, en este caso, se desarrolla en el interior de la casa. En ella vemos a su padre y su madre, junto a su tío materno con barba, jugando a las cartas. Ella, ubicada en el lado izquierdo, juega con una muñeca, mientras que su hermano, también sentado en el suelo, juega con un madelman. La escena es tranquila, en un ambiente hogareño, en la que la autora muestra un hecho que quizás responda a algo frecuente en su familia.

El caso descrito corresponde, pues, a la evolución de una niña equilibrada, que se siente bien en el seno familiar. No obstante, y como he apuntado, el estudio evolutivo se puede también aplicar a las situaciones de fuertes conflictos emocionales que se generan a partir de las relaciones entre los distintos miembros que componen la familia. Y para que lo veamos, traigo dos ejemplos de estudiantes en el inicio de la adolescencia: una chica y un chico con edades similares.

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Este dibujo corresponde a B. una chica de 12 años. Al pedir en su clase el dibujo de la familia, sorprendentemente, me entregó este que muestro. En el mismo aparecen nada menos que 23 personajes. He de apuntar que sus padres se habían separado y que su madre tenía una nueva pareja, al que la autora dibuja en la parte inferior con barba.

Para comprender la escena, B. había escrito por detrás de la lámina lo siguiente: “Yo he representado a mi madre, a mi hermana y a mi perro. Los demás son unos buenos amigos que nos ayudan en todo. Por eso llamo a un hombre ‘padre adoctivo’ (sic), porque es el que me ayuda a mejorar mi casa. También he dibujado a mi familia verdadera por parte de mi madre”.

Sería normal que a la pareja de su madre pudiera denominarla padre adoptivo; sin embargo, llama la atención que indique que su “familia verdadera” es la que procede por vía materna. Indirectamente, nos sugiere que hay ya abierta una importante brecha con su propio padre, al que no dibuja, y con la familia paterna.

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Cuando al curso siguiente acudí a la clase de B., tenía gran curiosidad por saber el modo en el que representaría a la familia y cómo se encontraba anímicamente. La sorpresa apareció cuando vi que en su dibujo habían desaparecido toda la cantidad de personajes que había plasmado en el año anterior, incluso la figura del que llamaba "padre adoptivo". Pero veamos lo que escribió la propia autora para explicar la escena:

“He dibujado a mi madre, a mi hermana, a Bartolomé (nombre cambiado) que es su novio y yo. A mi madre la he dibujado de traje, con una interrogación porque no entiende ni a mi hermana ni a mí. A mi hermana y a Bartolomé, con un signo menos porque siempre están descontentos. Yo, con una flecha para abajo, porque estoy pasando una etapa muy mala y no me pongo de acuerdo con nada”.

A partir de este segundo dibujo se comprende que en el año anterior la chica hubiera acudido a la representación de muchos personajes como manifestación inconsciente de la necesidad de apoyo y del deseo implícito de sentirse respaldada por mucha gente. La dura realidad aparece ya en este segundo año, siendo ya adolescente, puesto que se encuentra enfrentada a la soledad, al distanciamiento de su hermana y a la incomprensión de su madre, según palabras de la propia autora.

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Un caso también bastante complicado es el de J.L. Este chico contaba con 12 años cuando realizó el primero de los dibujos. Por los datos que pude obtener de su profesor, el autor se veía intimidado tanto por su padre como por su hermano menor. Esta sería una de las razones que explicaría su carácter tímido y reservado en clase y con sus compañeros de aula.

Para comprender su carácter, acudimos a la interpretación del dibujo que me entregó. En la escena que traza, se ve en primer lugar a su padre, con los brazos “en jarra”, con expresión dominante, y a su hermano menor en actitud agresiva. Su madre, con los brazos pegados al cuerpo y con dos lágrimas que le caen de los ojos, les da la espalda. Finalmente, el propio autor, con las manos metidas en los bolsillos, como signo de temor, también se encuentra de espaldas a los dos personajes que tienen atemorizada a la familia.

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En el curso siguiente, J.L., cuando ya tenía 13 años, me entregó un dibujo verdaderamente desconcertante sobre su propia familia. La escena, a mi entender, sería digna de un verdadero estudio psicoanalítico. Para comprenderla bien conviene leer lo que por la parte de atrás había escrito: “He dibujado a mi padre conmigo cuando era pequeño, recordando unos momentos de su infancia en familia”.

En la escena dibuja un carrito de bebé, con él dentro, y a su padre pensando en su propia madre que lo coge de la mano siendo un niño pequeño y a su tía, la hermana de su padre. En esta ocasión, han desaparecido de la escena representada tanto su madre como su hermano.

Si solamente hubiera tenido este dibujo de J.L. habría quedado verdaderamente desconcertado. Sin embargo, y puesto que dispongo del dibujo del año anterior, interpreto que el autor al presentarse como un bebé quiere recoger el cariño de su padre, ese afecto del que se siente ausente, y que simbólicamente lo refuerza al evocar a su padre como un niño que tuvo que ser atendido por su propia madre (la abuela del autor del dibujo).

Con estos dos ejemplos que he seleccionado, quiero hacer ver que tras la fachada de los adolescentes, en ocasiones mostrándose seguros de sí, se encuentran chicos y chicas desconcertados, con ámbitos emocionales muy complicados y con dificultades para comprender no solo lo que sucede en el mundo que les rodea sino que no entienden para nada lo que les está pasando a ellos mismos.

AURELIANO SÁINZ
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