Más de 2000 peregrinos entraron en la madrugada del 5 al 6 de Agosto en la Ermita del Calvario, a postrarse a los pies de Jesús. La Fé no se mide en números, pero sí es cierto que nos sirve para hacernos una idea de la importancia que nuestra querida imagen tiene en la Campiña.
Jezús de los Jezuzes, El Señor de la Campiña, el Jesús de los milagros, son algunas de las acepciones que las personas de fuera le dan al que para nosotros es sólo “Jesús”, porque hablando de él, sobra decir incluso del Calvario. Si durante cualquier día del año alguien te dice que va a ver a Jesús… tú ya sabes donde va, porque tenemos la suerte de tenerlo cerca y los visitamos como el que visita a un amigo. Cuando en la soledad de su Ermita puedes hablar con él en confianza y contarle tus problemas, tus inquietudes y darle gracias por todas las gracias que a través de su divina imagen nos concede a diario.
Ya hace algunos años que los montalbeños nos echamos a los caminos desde distintos puntos, aquello que comenzó por experimentar las vivencias de los que conocemos como Hermanos del Campo, lleva las trazas de convertirse en tradición. Porque las tradiciones se conservan según la importancia de las mismas. ¿Y que hay más importante para un montalbeño que ir al Calvario a felicitar a su amigo más fiel en su día más especial? resulta de aquí una experiencia inolvidable, cada año diferente y cada año especial.
Nuestro Camino empezó desde la finca “El Acebuchal”, en Santaella. Lo que hace unos años era un grupo de no más de 20 personas se ha convertido éste en más de 140 hermanos. Movidos desde la Hermandad del Nazareno y con puntualidad semanasantera, como es propio entre nosotros, nos echamos a caminar con la mochila llena de regalos para Jesús, y como entenderéis todos no hablo de regalos materiales. Hablo de los regalos que realmente hacen feliz a nuestro anfitrión, hablo de Fe, ilusión, cariño, hablo de llevar presentes a los que faltan y a los que más lo necesitan, hablo de emociones que llenan la mochila de nuestro corazón.
Y es que andar rodeado de familia, amigos, hermanos en la fe y pararte a ver las linternitas en una larga hilera de peregrinos, todavía hoy, dos días después me provoca sin darme cuenta una sonrisa y, porque no decirlo, una pequeña lagrimilla de emoción que se asoma al recordar momentos inenarrables que sólo se pueden sentir al ser vividos, porque las palabras serían injustas ya que quedarían vacías ante la grandeza del momento.
Andando a pasito lento, como el que quiere alargar el momento y paralizarlo, llegamos al Fontanar para hacer una breve parada, para que se incorporaran nuevos peregrinos y para que los más pequeños que eran muchos comieran un poco y todos cogiéramos fuerzas para el último tramo de esta noche especial.
Y ahora me vais a permitir que personalice brevemente esta pequeña historia que quería compartir con vosotros, porque al paso por el “Pozo Villar”, se incorporó la peregrina más pequeña de nuestra reunión, mi hija María, que ya el pasado año venía, pero en la mochila en la que las mamás los llevamos durante 9 meses. Esta vez y con 4 meses de vida, ha sido su abuelo el encargado de llevarla ante los pies del Señor. Muchas de las cosas que vi entre ellos dos a lo largo de ese tramo que nos quedaba de camino se quedan para ellos, sólo compartir con vosotros que hasta llegar a Montalbán creo que mi padre no daba más de 10 pasos sin besar la cabeza de María, como si en cada beso lanzara a Jesús su gratitud por haberle dado la oportunidad de vivir ese momento.
Ahora ya veíamos el Calvario a lo lejos, iluminado como el faro que guía en la noche a los marineros, y pasito a paso y haciendo hermandad subimos la cuesta para entrar al pueblo y ya arriba esperamos hasta que los últimos subieran, porque juntos empezamos y juntos debíamos terminar. Nos quedaba otro peregrinar para poder entrar en la Ermita. Y es que resulta que la generosidad desbordada de nuestro anfitrión hacía que su casa se quedase pequeña y que nos tuviésemos que abrir paso de forma lenta para poder llegar ante él.
A partir de aquí poco más os puedo contar porque lo demás se queda entre cada uno de los que vamos y Jesús y porque para eso quería escribiros estas líneas, para dejaros en el aire el final y aprovechar para invitaros a acompañarnos el próximo año. Da igual el camino que escojáis y con las personas que los compartáis, de una forma u otra va a ser especial, os va a enganchar de tal manera la experiencia que al terminar ya vais a soñar con el siguiente. Es lo que tiene tener la suerte de que Jesús sea el mejor de los anfitriones y de los amigos… él siempre nos deja con ganas de volver a visitarlo.
Jezús de los Jezuzes, El Señor de la Campiña, el Jesús de los milagros, son algunas de las acepciones que las personas de fuera le dan al que para nosotros es sólo “Jesús”, porque hablando de él, sobra decir incluso del Calvario. Si durante cualquier día del año alguien te dice que va a ver a Jesús… tú ya sabes donde va, porque tenemos la suerte de tenerlo cerca y los visitamos como el que visita a un amigo. Cuando en la soledad de su Ermita puedes hablar con él en confianza y contarle tus problemas, tus inquietudes y darle gracias por todas las gracias que a través de su divina imagen nos concede a diario.
Ya hace algunos años que los montalbeños nos echamos a los caminos desde distintos puntos, aquello que comenzó por experimentar las vivencias de los que conocemos como Hermanos del Campo, lleva las trazas de convertirse en tradición. Porque las tradiciones se conservan según la importancia de las mismas. ¿Y que hay más importante para un montalbeño que ir al Calvario a felicitar a su amigo más fiel en su día más especial? resulta de aquí una experiencia inolvidable, cada año diferente y cada año especial.
Nuestro Camino empezó desde la finca “El Acebuchal”, en Santaella. Lo que hace unos años era un grupo de no más de 20 personas se ha convertido éste en más de 140 hermanos. Movidos desde la Hermandad del Nazareno y con puntualidad semanasantera, como es propio entre nosotros, nos echamos a caminar con la mochila llena de regalos para Jesús, y como entenderéis todos no hablo de regalos materiales. Hablo de los regalos que realmente hacen feliz a nuestro anfitrión, hablo de Fe, ilusión, cariño, hablo de llevar presentes a los que faltan y a los que más lo necesitan, hablo de emociones que llenan la mochila de nuestro corazón.
Y es que andar rodeado de familia, amigos, hermanos en la fe y pararte a ver las linternitas en una larga hilera de peregrinos, todavía hoy, dos días después me provoca sin darme cuenta una sonrisa y, porque no decirlo, una pequeña lagrimilla de emoción que se asoma al recordar momentos inenarrables que sólo se pueden sentir al ser vividos, porque las palabras serían injustas ya que quedarían vacías ante la grandeza del momento.
Andando a pasito lento, como el que quiere alargar el momento y paralizarlo, llegamos al Fontanar para hacer una breve parada, para que se incorporaran nuevos peregrinos y para que los más pequeños que eran muchos comieran un poco y todos cogiéramos fuerzas para el último tramo de esta noche especial.
Y ahora me vais a permitir que personalice brevemente esta pequeña historia que quería compartir con vosotros, porque al paso por el “Pozo Villar”, se incorporó la peregrina más pequeña de nuestra reunión, mi hija María, que ya el pasado año venía, pero en la mochila en la que las mamás los llevamos durante 9 meses. Esta vez y con 4 meses de vida, ha sido su abuelo el encargado de llevarla ante los pies del Señor. Muchas de las cosas que vi entre ellos dos a lo largo de ese tramo que nos quedaba de camino se quedan para ellos, sólo compartir con vosotros que hasta llegar a Montalbán creo que mi padre no daba más de 10 pasos sin besar la cabeza de María, como si en cada beso lanzara a Jesús su gratitud por haberle dado la oportunidad de vivir ese momento.
Ahora ya veíamos el Calvario a lo lejos, iluminado como el faro que guía en la noche a los marineros, y pasito a paso y haciendo hermandad subimos la cuesta para entrar al pueblo y ya arriba esperamos hasta que los últimos subieran, porque juntos empezamos y juntos debíamos terminar. Nos quedaba otro peregrinar para poder entrar en la Ermita. Y es que resulta que la generosidad desbordada de nuestro anfitrión hacía que su casa se quedase pequeña y que nos tuviésemos que abrir paso de forma lenta para poder llegar ante él.
A partir de aquí poco más os puedo contar porque lo demás se queda entre cada uno de los que vamos y Jesús y porque para eso quería escribiros estas líneas, para dejaros en el aire el final y aprovechar para invitaros a acompañarnos el próximo año. Da igual el camino que escojáis y con las personas que los compartáis, de una forma u otra va a ser especial, os va a enganchar de tal manera la experiencia que al terminar ya vais a soñar con el siguiente. Es lo que tiene tener la suerte de que Jesús sea el mejor de los anfitriones y de los amigos… él siempre nos deja con ganas de volver a visitarlo.
AUXILIADORA RUZ JIMÉNEZ / MONTALBÁN
































