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Un impostor entre impostores

¿Os acordáis de todos esos artilugios que utilizaba James Bond en sus películas para camuflarse en las situaciones más inverosímiles? ¿Los alteradores de voz, los guantes con huellas digitales falsas, los relojes con láser...? Pues todo eso no sirve de nada. Como tampoco hace falta tener la cara de Pierce Brosnan o Sean Connery, ni por supuesto, esa insoportable flema británica.

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Yo, con mi cara de niño de colegio de curas con cierto atisbo de disfunción cognitiva leve me he burlado de parte de la élite empresarial y política del país, y encima me he hecho fotos con ellos y las he subido a Facebook, para fardar. Por si no fuera suficiente haberles sacado la pasta, haberlos coaccionado y mentido en sus narices.

En mi defensa diré que la mentira sólo funciona cuando sendas partes quieren creer en ella. Cuando visitaba a un empresario importante para proponerle un proyecto lucrativo después de enseñarle mi foto con Aznar o con su señora a modo de credencial, a este le daba igual que pareciese que me hubiese escapado del instituto: lo único que veía en mí era al niñato pijo que le iba a hacer ganar un montón de dinero.

Yo no era el que mentía, era el capullo avaricioso que creía en un cuento fabuloso el que lo hacía, aunque fuera a sí mismo. Por mucho coche de lujo que usara, trajes caros que vistiese, o absurdos cargos en el CNI me inventase, no era más que un chaval de 20 años con mucha gomina y labia para hacerme el importante.

Pero claro, en un país donde la pirámide social culmina en un reducido número de trepadores de diversa índole, lo raro es que, una vez en las alturas, otro trepador te intente hacer bajar a la fuerza. Es como ese dicho popular de "cree el ladrón que todos son de su misma condición".

Politicos corruptos, empresarios codiciosos y personajes ruines varios sin una profesión concreta no muestran reparos en robar de las arcas públicas, empobrecer a la clase obrera, deshauciar a familias enteras o llevar al país a la bancarrota con privilegios infames. Sin embargo, entre compañeros parece imperar un suerte de código de honor del ladrón. Los negocios son los negocios, y ahí no hay ni ideologías, ni ética ni conciencia.

Y así fui escalando, como todos. Prometiendo favores, haciendo la pelota, aparentando lo que no había ni por asomo. Un héroe de nuestro tiempo. Quizás hagan hasta una película de mis aventuras, como esa de Leonardo DiCaprio con Tom Hanks, después de escribir mis memorias e ir a las tertulias de televisión. Incluso puede que me contraten de asesor en algún partido político o empresa del Ibex.

Hasta entonces, Don Nicolás tiene muchos negocios y contactos que hacer en la cárcel (si finalmente desenredan todo lo que he liado). Parece que el ambiente ha mejorado mucho desde que el PP estableció allí una nueva sucursal.

Confesión hipotética (y con mucha mala leche) 
de Francisco Nicolás Gómez Iglesias, también conocido como Don Nicolás.

JESÚS C. ÁLVAREZ