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Rafael Soto | Crisis permanente

El ascenso de los extremismos es un hecho que ya no podemos obviar como una amenaza lejana. Ya no caben advertencias porque, al más puro estilo Poltergeist, podemos afirmar que ya están aquí. Acaban de ganar el Gobierno de Brasil, pero ya hace mucho que rondan en Europa. En este momento, la novedad es que los tenemos gobernando en Italia, con representación parlamentaria en Francia y en ascenso en Alemania. En España tenemos a Podemos por la extrema izquierda y el ascenso de Vox por el lado opuesto es cuestión de tiempo. ¿Qué queda por hacer ante lo inevitable?



Una seria complicación es la ausencia de un proyecto de futuro por parte de la elite política y financiera mundial. Una Europa arrasada por la Segunda Guerra Mundial y al borde de la inanición tuvo una mayor capacidad de reacción que una generación sobrada de calorías.

Las opciones moderadas no han estado a la altura de las circunstancias y ya no inspiran confianza ni a sus propios votantes. En cambio, los extremismos dan algo en lo que creer y se expresan con un lenguaje sencillo, que cualquiera puede entender. Definen un enemigo contra el que volcar ese sentimiento universal que es el odio y son capaces de movilizar a varios sectores de población.

Desde esta reflexión, podemos comprender lo que ha sido en España la aparición de Podemos y su cruzada de chalé contra la ‘casta’, y entendemos ahora lo que supone Vox. “Dicen lo que realmente se piensa en la calle”, afirma Antonio del Castillo, padre de Marta del Castillo, mientras anuncia su apoyo abierto al partido de extrema derecha. Esto es lo que nos espera.

Las actuaciones del actual Gobierno populista no ayudan. No hace falta ser un genio para saber que, a este ritmo, Sánchez-Iglesias serán a la extrema derecha lo que Rajoy al supremacismo catalán.

Si las elites políticas y financieras desean acabar con los extremismos en Occidente, lo primero que deben proponer es un nuevo Estado del Bienestar. La población busca seguridad y se rebela cuando se siente amenazada. Pero para eso tendrían que desear revertir la situación, y esa no parece ser su idea.

Las elites han aprendido del pasado y saben que, como dice el dicho, “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Del mismo modo que parte de la izquierda defiende la revolución permanente, lo que estas personas nos proponen ahora es la crisis permanente. Y les está funcionando.

RAFAEL SOTO