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Aureliano Sáinz | El padre ausente

Hace unas semanas que salió publicado el artículo que llevaba por título En busca del padre. Era una reflexión que yo hacía partiendo de las experiencias vitales de dos autores: Albert Camus y Manuel Vilas. De todos modos, esas vivencias tan personales se podrían extender a todos, en el sentido de que cuando nos independizamos de nuestra familia o, más aún, cuando ya no podemos contar con nuestros padres porque han fallecido, nos formamos una idea íntima de ellos, de modo que en cierto modo caminan con nosotros como recuerdos imborrables de nuestros orígenes en este mundo.



Y es que los seres humanos tenemos la imperiosa necesidad de forjarnos una visión sólida de nuestras raíces, de saber quiénes somos, de lo que representamos o significábamos para nuestros padres, de entender que verdaderamente éramos importantes para ellos, de recordarlos como nuestros primeros guías por los intrincados caminos que teníamos que atravesar por un mundo cargado de retos.

Lograr comprender adecuadamente estos interrogantes conlleva ir bien armado cognitiva y emocionalmente de cara a una existencia que, en ocasiones, se nos antoja dura y complicada cuando se mira hacia el futuro.

Lamentablemente, no todos se encuentran en las condiciones óptimas, dado que hay personas que sienten un enorme vacío en sus vidas, puesto que les falta o se tambalea alguna de sus dos grandes referencias: la figura paterna y la figura materna.

No es de extrañar, pues, que haya algunos niños o niñas que en algún momento de sus vidas se hagan la pregunta “¿Quién fue realmente mi padre?”. Me estoy refiriendo a aquellos casos dado en los que sus madres llevaron adelante el embarazo sabiendo que el bebé no contaría con la figura paterna, por las razones que solamente ellas conocen.

Esta es una de las modalidades de la ausencia paterna, dentro de las distintas ausencias emocionales que se pueden dar. Me estoy refiriendo, pues, a la llamada familia monoparental, en la que aparece la madre como la cabeza familiar visible.

Hemos de tener en cuenta que otras familias monoparentales son el resultado de haber fallecido prematuramente el padre o de que la mujer, como futura madre, había optado por la adopción sola. También se dan los casos de inseminación artificial de la mujer que decide vivir sola, pero estas situaciones son minoritarias y no cuento con casos de escolares que pudiera comentarlos.

Por otro lado, tengo que apuntar que no es mi labor enjuiciar los casos de las denominadas familias monoparentales, sino de explicar cómo expresan los escolares que se encuentran dentro de ellas el recuerdo o la idea que se hacen de un padre que no conocieron. Y nada mejor que acudir a los dibujos realizados en las aulas de los centros en los que estudian para comprender sus sentimientos más íntimos.

Es lo que vamos a hacer en esta ocasión. Así, tras la selección y el análisis de los dibujos que tengo en el archivo, entiendo que la respuesta de niños y de niñas ante la ausencia paterna es distinta, pues los primeros se preguntan por la figura que pertenece a su propio género y que les ayudaría como modelos en sus desarrollos emocionales y simbólicos. En cambio, las niñas cuentan con sus madres, que les sirven de espejo en el que mirarse a lo largo de su crecimiento.

Evidentemente, tanto chicos como chicas en algún momento de sus vidas tendrán la necesidad de preguntar a sus madres cómo era el padre al que no llegaron a conocer. De la respuesta que reciban, con mayor o menor claridad y sinceridad, dependerá el que esa ausencia no se convierta en un tema angustioso, dado que ellos tienen que construirse mentalmente una figura que se ajuste a sus demandas emocionales.

Para que comprendamos cómo niños y niñas expresan gráficamente sus situaciones de privación paterna dentro de las familias monoparentales, he seleccionado varios dibujos del archivo, ya que creo que son suficientes para entender las diferencias que surgen en función de la edad o del género al que pertenecen. Así pues, muestro cinco dibujos que van desde Educación Infantil hasta finalizar Primaria.

El que sirve de portada corresponde a una chica de 11 años que estudiaba en sexto curso cuando realizó el dibujo de la familia tras haberlo propuesto en su clase. Como podemos comprobar, en la escena solo aparecen ella y su propia madre, reflejando la realidad familiar en la que se encontraba.

De inmediato, se aprecia la madurez gráfica de la chica, lo que es un signo no solo de su capacidad artística sino también de confianza en sí misma. Desde el punto de vista de la representación, hay que indicar que las figuras aparecen en un primer plano alargado, con miradas de medio perfil y un alto grado de realismo de los rostros.

La autora del dibujo, tal como anotó al terminar el trabajo numerando las figuras, comenzó por ella, pasando posteriormente a trazar la figura materna. Esto es manifestación de cierta seguridad en sí misma; no obstante, habría un cierto sentimiento de soledad que queda insinuado por el amplio espacio de la lámina que queda vacío.



El dibujo que acabamos de ver corresponde a Julio, un niño de cinco años que vivía con sus abuelos maternos, ya que su madre lo tuvo soltera y lo dejó al cuidado de ellos, puesto que tenía que trabajar fuera de casa y no podía atenderlo. El problema de la ausencia paterna, que le generaba sentimientos de soledad, se le agudizó con la enfermedad y el fallecimiento de su abuela, por lo que se encontró viviendo solo con su abuelo y acompañado de su madre en los días que podía contar con ella.

Por las anotaciones que tenía de este dibujo, tengo que apuntar que Julio no hablaba con nadie de su clase. Esto es comprensible, pues el fallecimiento temprano de su abuela fue un impacto importante para el pequeño. Así, en el dibujo solo aparecen su abuelo y su madre. No se dibuja él mismo porque se siente triste, insignificante y carente de valor.



Avanzamos un poco más en edad y nos encontramos con el dibujo de la familia de una niña de 7 años que estudiaba en segundo curso de Primaria. Como puede apreciarse, para ella el grupo familiar lo componen cinco miembros. Si seguimos el orden de aparición, serían: su madre, su abuela, ella misma, su abuelo y su tío.

El hecho de que las tres primeras figuras representadas sean del género femenino es un indicio de que la niña encuentra referentes simbólicos y emocionales suficientes para su desarrollo. A esto hay que añadir que ella aparece en el centro de la lámina, lo que es manifestación de seguridad y confianza, ya que se encuentra emocionalmente arropada a ambos lados: en el lado izquierdo, su madre y su abuela, y, en el derecho, su abuelo y su “tito”, como referentes masculinos, por lo que la ausencia del padre no parece afectarle excesivamente.



Una manifestación clara de la ausencia paterna se expresa en el dibujo de Luis, un niño de 9 años que vivía con su madre, sus abuelos y su “tita”. Contemplando la lámina comprobamos que él aparece grande, sonriente y acompañado por su perro. Los otros cuatro miembros los ha trazado dentro de unos pequeños cuadros, como si se encontraran pegados a la pared y sin que tuvieran importancia emocional para el autor. Lo cierto es que al no aparecer el padre como referente de género, sus afectos los despliega hacia su perro. Este es, pues, un caso claro de que la ausencia paterna se hace significativa en el desarrollo de la personalidad de un chico.



Cerramos este breve recorrido con un ejemplo de aquellas familias en las que no se encuentra la presencia de la figura paterna desde el propio nacimiento de quien ha realizado el trabajo. Es el caso de Julia, una chica de 11 años que no llegó a conocer a su padre, aunque en el dibujo aparezca una figura masculina a la que le ha puesto papá, aunque en realidad es la nueva pareja de su madre.

Si observamos la escena, comprobamos que comenzó el dibujo por ella misma en el lado derecho junto a su hermano, nacido de la unión de su madre con otra pareja masculina. En el lado izquierdo, sitúa a su madre y a la pareja que actualmente tiene. En medio de ambos grupos traza una gran mesa, que simbólicamente se entiende como un obstáculo que impide la comunicación, reforzada por la distancia gráfica y emocional que existe entre ellos.

He de indicar que la autora intentó incorporar otra figura masculina en el lado izquierdo, aunque pronto la borró. Entiendo que era el deseo de dibujar al padre ausente que no llegó a conocer; pero se dio cuenta de que sería motivo de preguntas acerca de quién era ese personaje. Este caso es también una manifestación del problema que genera la falta de conocimiento de quién fue verdaderamente su padre, puesto que no tuvo una respuesta clara por parte de su madre y que fuera satisfactoria para ella.

AURELIANO SÁINZ