Ir al contenido principal

María Jesús Sánchez | Jazmín

Oler a jazmín es volver a tener 10 años y volver a bajar por las escaleras, dando los buenos días al San Antonio que colgaba en la pared con el niño Jesús en brazos y unos labios muy sonrosados. Es oler a cal blanca, aceite de oliva virgen denso; a comer chorizos fritos para merendar.



Me lleva a las tardes de verano donde recogía los jazmines, aún cerrados, con una puntita blanca que prometía aromas junto a la almohada. Siempre he creído que esta pequeña flor olorosa espanta a los mosquitos. Si mi abuela decía que lo hacía, será verdad. Ella no mentía y me enseñaba cosas de la vida, sencillas, pero que alegraban el día día.

Saber encontrar la raíces de los hinojos para chuparlas, como si fuera la mejor de las chucherías. Reconocer la hierbaluisa, con la que ella se preparaba aquellas infusiones digestivas que tanto le gustaban tomar después del almuerzo. Coger romero y tomillo para hacer conejo al ajillo. Todo era natural, lejos de la rigidez de los internados. Había risas en la mesa y abrazos y mimos.

¿Y aquellos jeringos colgados de un junco? Por muchos años que pasen estarán en mi memoria: el mejor de los desayunos que he probado nunca. La sencillez de las cosas, esa que ahora anhelo y que solo encuentro cuando me alejo del “ mundanal ruido”. Como este fin de semana pasado.

Dormir hasta tarde en una casa castellana de piedra; visitar antiguas ciudades que se congelaron en el tiempo y pasear por una alameda que escondía un riachuelo donde las mamás ciervas bajaban al atardecer a dar de beber a sus pequeños.

Un ciervo joven corriendo y haciendo virguerías con sus patas traseras. Sentirme como la protagonista de alguna historia antigua de hadas y elfos. Mirar el color tierra de las montañas mientras el sol se aleja por la vía de un tren que tuvo mejores épocas. Respirar aire puro, sentir el sol, oler a naturaleza salvaje y todo ello cogida de la mano de mi compañero de vida. La felicidad tiene que ser algo como esto…

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ