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Rafael Soto | Denuncia social en el Siglo de Oro

La denuncia social está tan manoseada por los partidos políticos y abarca tantas cuestiones que, quizá, sea cierto que estamos insensibilizándonos. Sin embargo, tan cierto es eso como que el extremo contrario tampoco es deseable.


La escasez de crítica social fue un continuo en el pasado, teniendo terribles consecuencias en la población. El período mal conocido como ‘Siglo de Oro’ es un buen ejemplo. Apenas hay impresos críticos o de denuncia en ámbito del gaceterismo. Uno de estos textos excepcionales ya lo revisamos en El relato de un pintor salmantino.

Vale la pena conocer otro ejemplo vinculado con Andalucía. En concreto, la Cárcel Real de Sevilla: Relación verdadera que trata de todos los sucesos y tratos de la Cárcel Real de Sevilla (disponible aquí). Por su íntima vinculación, esta denuncia será contrastada con el manuscrito Compendio de algunas experiencias en los ministerios de que usa la Compañía de Jesús con que prácticamente se muestra con algunos acontecimientos y documentos el buen acierto en ellos. Tomo Primero. Año de 1619 del jesuita Pedro de León (1544-1632), que se conserva en el Hospital Real de Granada y está disponible aquí. Previo contraste, usaremos una transcripción parcial realizada por Pedro Herrera Puga.

Relación verdadera... fue escrita por el “Licenciado Martín Pérez, preso en la dicha cárcel” [castellano modernizado, como todas las transcripciones que le siguen] y fue impresa en 1607 en una imprenta desconocida. Para la denuncia se utiliza el verso, que es la modalidad más popular del período.

La Cárcel Real de Sevilla es una de las cárceles más famosas del Siglo de Oro por la presencia en ella de Miguel de Cervantes. Una cárcel que fue inmortalizada por el ‘Príncipe de los Ingenios’ en su propia obra y que fue referida o descrita con prolijidad por otros intelectuales de la época

Debido a lo común de su nombre, es imposible identificar al personaje histórico que hay detrás de la mención de responsabilidad. Tan tentador es vincularlo con el librero salmantino Martín Pérez como con algún indiano. Ni siquiera podemos confirmar que fuera sevillano, a pesar de que el texto remarque este extremo en la narración y que el reo estuviera en esa prisión concreta. En cambio, su conocimiento de la cárcel es preciso y contrastable. Tampoco hay indicios sólidos que nos permitan ubicar la pieza, salvo la insuficiente mención a Sevilla, “flor de las demás Ciudades”. El texto solo indica que se imprimió con licencia, lo que nos hace albergar dudas, incluso, sobre la veracidad de tal afirmación.

Esta edición cuenta con ilustraciones. En la primera página, dos personas enfrentadas y de perfil, quizá ilustrando el diálogo con que se inicia la obra. En la última, el motivo de una batalla que nada tiene que ver con el texto. La obra se divide en dos romances, más una pieza final añadida a la que nos referiremos más adelante. En ambas se realiza una cruda denuncia de las condiciones de vida de la cárcel, capaz de volver ‘malos’ a los ‘buenos’.

Ilustración de la primera página. Fuente: Catálogo y Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos

En la introducción, un individuo que ha recorrido “del mundo la mayor parte” llega a la Ciudad del Betis y pide a un señor con el que se encuentra: “Decláreme por su vida de esta Ciudad lo que sabe que siendo natural de ella podrá mejor informarme”. El desconocido, “compuesto y arrogante”, realiza un breve elogio de la urbe, para pasar a relatar “cuanto pasa en su cárcel”. Un relato que ya no tendrá pausa.

La descripción de la entrada en la cárcel por parte de los presos es una denuncia a la crueldad y a la corrupción de los carceleros. Tras pasar una primera puerta, el reo queda parado frente a otra donde comienza la extorsión.

Para una mayor comprensión, recomendamos seguir la siguiente tabla de equivalencias. Si hablamos de reales y euros, los datos pueden ser insuficientes. En cambio, es más fácil si lo comparamos con productos de consumo habitual.


En la segunda puerta, se le ponen grilletes al reo y se le invita a pagar 4 reales bajo amenaza de que “quedará entre rejas si no quieren que le estafen”. Por quitarle los grilletes, otros dos reales. Sin embargo, esto no era todo. Una vez que pasaba a la tercera puerta, cuatro vigilantes paran al reo y le exigen “seis cuartos”. En caso de no pagar, “llévanlo a fuego y sangre la capa [,] cuello, o sombrero, hasta que el dinero pogue [sic]. Sea por mal o por bien seis cuartos tienen de darles que es premática debida / y entre ellos contino vale”.

Acaba aquí la segunda parte del primer romance, donde hacen su aparición los “Guzmanes”, o sea, los pícaros. Ellos exigen un par de azumbres de vino a cambio de evitar agravios y, en caso de que no se puedan pagar, obligan al reo a empeñarse. Llegados a este punto, se apunta que al que es “un poco blando” le acaban quitando hasta el sombrero.

Vale la pena recapitular. Pagado todo, si nos apoyamos en los datos de la tabla, nos damos cuenta de que el reo puede acabar dejándose alrededor de 9,06 reales, o sea, alrededor de 30,8 euros actuales, con los que se podían pagar alrededor de 23,28 litros de vino.

Pedro de León hace una descripción similar, aunque con ligeras diferencias con respecto a las cantidades. En cualquier caso, confirma en este compendio la corrupción de los carceleros:

Tiene esta cárcel tres puertas. A la primera llaman de oro, porque lo ha de tener, y no poco, el que ha de quedarse en la casa pública o aposentos del alcaide, que están antes de la primera reja de arriba a mano derecha como subimos por la escalera; porque para contentar al alcaide y porteros de la puerta de la calle es menester todo eso. y más.

A la segunda puerta, que es la primera reja de hierro al cabo de la escalera, llaman de Hierro, o de cobre, porque basta a los que entran por allí que tengan dineros de cobre y vellón. A la tercera reja también de hierro, que es la tercera puerta que sale a los corredores, llaman de plata porque ha menester tener plata el que ha de quedar allí sin grillos, o mucho favor que no le cueste menos, sino mucho más (como a los que el otro fingido inquisidor favorecía para que no le echasen grillos, que todo lo allana, y hace fácil la plata y el favor [sic].

Volviendo al texto informativo, una vez entrado en la cárcel, el reo debe sufrir las pendencias propias de la cárcel. El juego de naipes ocupa el primer lugar. En caso de que el reo tenga suerte le toca pagar un tributo al baratero, así como nueve cuartos (2,25 reales; 7,65€; 5,78 l. aprox. de vino) en concepto de limpieza y guardia, “que es tributo de la cárcel”.

Fragmento del primer tomo de Compendio de algunas experiencias… Fuente: Universidad de Granada. Biblioteca Universitaria.

Continúan las pendencias en esta escuela de Montoros y Monteros, señalando los peligros de las diferentes zonas de la cárcel. Hace referencia a “la galera nueva y la cámara del hierro”, así como a la “galera vieja”. Pedro de León los describe así:

Los aposentos de más consideración en esta cárcel son la Sala Vieja y los aposentos medianos adonde están los Guzmanes y gente de mala estofa.

Luego está la Galera Vieja, en la cual está el rancho que llaman Traidor, porque está oculto y escondido a la entrada a mano derecha, y desde allí hacen sus traiciones. Más adentro en la misma galera hay otros tres ranchos divididos con mantas viejas. El primero es de los Bravos; el segundo la Tragedia, adonde está la crujía; el tercero llaman Venta adonde pagan el escote todos los presos nuevos.

A la mano izquierda de la reja que dijimos arriba, que sale a los corredores, están los entresuelos adonde hay cuatro ranchos. Al primero llaman Pestilencia, y al que está a su lado Miserable, y al tercero llaman Ginebra, y al cuarto llaman Lima Sorda o Chupadera, y antes de entrar a estos ranchos hay un aposentillo pequeño que llaman Casa de Meca.

Debajo de estos entresuelos está la gran Cámara de Hierro, tan nombrada e insigne así por los moradores, como por el sitio y disposición de ella. En esta cámara están los bravos (3) y tres ranchos. El primero es de Matantes, adonde echan mil por vidas, y todo su trato es de cuestiones y no de metafísica, ni de moral, sino contra todas buenas costumbres, de heridas y resistencias, del otro que huyó con estoque y rodela, del que hizo mil buenas suertes, alabándose cada uno de lo que no ha hecho. El segundo rancho es de Delitos; el tercero de Malas Lenguas adonde no hay honra inhiesta.

Los motines parecen ser frecuentes y dejar numerosos heridos. Martín Pérez nos cuenta que el castigo al instigador consiste en ponerlo de pie en una reja de hierro con grilletes. Si bien, “no está mucho tiempo”.

La alimentación es una parte importante de la vida del reo. Tras describir su alimentación, Martín Pérez denuncia que el alimento se convierte en objeto de conflictos entre los presos sin que los guardias de la prisión actúen de forma alguna. La descripción de las ratas, “hay rata mayor que un perro”, y de otros “animalillos” nos señala las malas condiciones de la prisión.

Sin embargo, la parte más curiosa de la relación se encuentra en la descripción de las personas que están vinculadas con la cárcel, aparte de las familias. Tabernas y tiendas dentro de la prisión, “como en plaza”. Una fauna a la que se suman un pregonero, “que en pública y alta voz anda las prendas vendiendo”; una enfermería, con doctor, cirujano y “piadoso” enfermero; cuatro veladores nocturnos, procuradores y otros individuos, del que destaca el capellán.

“Un piadoso capellán que es buen cristiano y honesto un hombre de santa vida pacífico y limosnero”, señala Martín Pérez. Un “ángel del cielo”, que no es otro que nuestro jesuita Pedro de León, capellán de la cárcel entre 1578 y 1616.

El testimonio del capellán no puede ser más crítico con aquellos que se aprovechan de los presos:

Y más, si nos espaciásemos por esa plaza de San Francisco entre los escribanos, procuradores y solicitadores: no bastaría papel, ni tinta, ni tiempo para decir los muchos males y traiciones de que usan con los desdichados presos hasta dejarlos en cueros vivos. Dios les ayude que no sé yo cuánto les aprovechará su enmienda y corrección y el haberse hecho la Congregación de los escribanos, letrados y justicia en la casa Profesa, que yo mucho temor me tengo de que no sea verdad lo que comúnmente se dice allá fuera y aun entre los maestros, que hurtan ahora más a lo disimulado y con palabritas más mansas, y diciendo que ellos no los han de pelar como otros; y deben de querer decir, que no tan al descubierto como los otros, y conciertan en tanto más tanto, vendiendo la justicia y robando en poblado para si y para los jueces, como ellos lo dicen muy claramente.

Martín Pérez concluye con una breve exhortación a evitar “tal casa que es otro segundo infierno”. Y hasta aquí llega el texto original. La edición de 1607 incluye un tercer romance en el que “se satiriza a las damas”. Con mucha probabilidad, este añadido es una táctica para rebajar el tono de la denuncia y hacer más pasable el texto.

La obra del preso Martín Pérez tuvo que ser popular, porque siguió reeditándose muchos años después. De hecho, ni siquiera tenemos la seguridad de que la edición de 1607 fuera la primera. Se conoce una publicación de 1627, veinte años después, impreso en Madrid por Diego Flamenco. Sin embargo, el texto viene acompañado por una pieza picaresca, la “victoria de los Guzmanes”, en vez de la sátira de las damas. Conocemos también una edición, conservada en Dinamarca, de 1639, más similar a la edición de Diego Flamenco.

Esta popularidad coincide con un momento en el que la Cárcel Real se convierte en escaparate de la picaresca patria. De hecho, desde el siglo XIX se ha vinculado el texto con la literatura picaresca. Una vinculación que la edición de Flamenco promueve.

Sin embargo, no podemos discrepar más de esta idea. No hay antihéroe, ni hay una narración. La crítica social no es implícita, no es el fondo de la historia narrada. La relación en verso de Martín Pérez es una denuncia social que tiene como objetivo alcanzar a un público amplio a través de la oralidad. Este texto estaba destinado a ser recitado en público, como era costumbre en un momento en el que el analfabetismo era la norma. Quizá, por ello, el impresor de la edición más antigua se vio en la necesidad de relajar el tono añadiendo esa sátira de “las damas”.

Sin duda, tanto la relación de Martín Pérez como el compendio de Pedro de León son testimonios de los abusos y desigualdades de la Sevilla barroca. Unas denuncias sociales que merecen ser divulgadas y conocidas para mayor conocimiento de nuestra propia historia y patrimonio.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO