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Pepe Cantillo | Hacia un mundo distinto

Parece que la sexta ola vírica está decreciendo a buena velocidad. ¡Ya era hora! Es una agradable noticia oír, ver o leer información en ese sentido. Ahora nos queda pendiente reflexionar sobre nuestra conducta (la de cada persona) para no volver a repetir toda una serie de fallos que nos han oprimido a la mayoría de nosotros, tanto a viejos como a jóvenes, durante mucho tiempo y aun no hemos terminado el viacrucis.


Mientras la mascarilla (“bozal”) cubría nuestros rostros, la incomodidad y un cierto anonimato nos acompañaban en cada salida. Ahora hay que dar la cara, nunca mejor dicho. Pienso que no solo por llevar el rostro al descubierto sino porque somos humanos con capacidad para convivir debidamente, se hace necesario retomar algunas pautas del “buen vivir” en el sentido más amplio.

Es decir, la nueva etapa que nos espera requiere tomar en serio el civismo, buscar por doquier la empatía y repartir respeto al resto de la comunidad, sin olvidar que el virus acecha por todos lados. Recordemos que solo los humanos solemos tropezar dos veces en la misma piedra.

Hablar de civismo o de buenos modales puede parecer una cursilería. Si buscamos en el diccionario dicho término, nos aparecen dos significados en apariencia distintos pero creo que complementarios entre sí. La primera definición lo especifica como “celo por las instituciones e intereses de la patria”. Dicha explicación se escapa a bastantes de nosotros. Y el concepto "patria" se refiere a “lugar, ciudad o país en que se ha nacido”, algo que parece que se nos ha derretido.

¿Razón? En sentido amplio, no solemos aparecer como muy patrioteros. Si acaso somos acérrimos defensores de lo que podríamos llamar "la patria chica", que se entiende como el “lugar, pueblo, ciudad o región en que se ha nacido”. Solo me atrevo a afirmar tímidamente que vivimos en un mundo abierto, ecuménico. Ello no significa olvidar los orígenes y sí tener la capacidad de acoplarse allá donde estén, como mínimo, las “habichuelas”. Explicación simplona pero utilitaria.

En segundo lugar se define el término "civismo" como “el comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”. ¡Siempre con las normas! Volver alrededor de lo mismo puede resultar algo aburrido pero creo que es necesario. ¿Hemos pensado la cantidad de veces que en estos dos últimos años hemos pateado a izquierda y derecha nuestro escenario público?

La realidad es que poco a poco nos hemos convertido en una sociedad mal-educada, anormal, porque nos hemos relajado a la hora de observar unas pautas elementales de necesaria cortesía, entendida como “acto con que se manifiesta atención o respeto a alguien”.

Reflejo someramente algunos matices de esas reglas perdidas en el ajetreo diario de nuestro con-vivir. La mala educación, asentada en nuestro entorno desde hace algún tiempo, se manifiesta en conductas irrespetuosas o violentas, en un rechazo de las reglas de juego. Dicho desprecio nos aboca a una moral laxa, de relajación total, hasta el punto de considerar que todo me está permitido.

Con frecuencia oímos decir que no se puede coartar la libertad personal. Es indudable que cualquier tipo de norma limita mi libre albedrío si por tal entiendo hacer lo que me venga en gana. Quien me reprime es un facha y un tirano. ¿Seguro?

Lamentablemente, desde las diversas trincheras se dispara a discreción contra el vecino, a veces exabruptos, otras balas mortíferas a la par que se cacarean y se reclaman con la boca llena los Derechos Humanos, sobre todo cuando me conviene. Contradicciones que no falten en nuestro caminar.

La buena educación no tiene color político, no es ni de derechas ni de izquierdas, y si no tenemos esto claro, mal vamos. La buena educación nos ayuda a vivir en un mundo más humano donde cada persona sea tenida en cuenta y respetada desde una cortesía de ida y vuelta.

La cortesía implica respeto y afecto, como expresa la definición de la misma. El respeto es parte importante, yo diría que vital, de nuestro convivir. Respeto a la naturaleza. Eso que entendemos como ecología y que se nos llena la boca cuando lo proclamamos pero, a la postre y disimuladamente, pasamos de ella. Respeto a los animales, tanto irracionales como racionales. Nos necesitamos, aunque siendo los humanos los más dañinos, también somos los más indefensos.

Incoherencia. Mientras defendemos una ecología de altos vuelos, no tenemos empacho en arrojar al suelo papeles, envases, cristal, restos de comida, desperdicios... ¿Ecología casera? Como colofón a todo lo anterior, el llamado "botellón" es sintomático, ejemplar y acusador. Y para qué hablar de los restos sólidos de nuestras queridas mascotas.

El respeto a los animales es otro eslabón importante de la cadena. "Mascotas" se les llama a esos animales de compañía que parece que nos humanizan un poco más. Parece, porque a veces da la impresión de que nos “animalizamos”, olvidando que ante todo somos humanos entre humanos. Últimamente estamos anteponiendo los animales de compañía y su respeto por delante de las necesidades humanas. Este tema parece que pretende arrinconar derechos de los humanos. Al tiempo. Y ese tiempo ha llegado ya.

El tercer círculo del respeto se sitúa en el terreno de los seres humanos. Me centraré en datos muy concretos que se dan día a día. Ser héroe en un minuto de vital importancia puede resultar hasta fácil, por aquello de actuar por un impulso. Ser educado o respetuoso minuto a minuto es monótono, tedioso y no subes al estrellato.

En el transporte público, insisto una vez más, hay espacios reservados para personas ancianas, impedidas, embarazadas, que con demasiada frecuencia van ocupados por el primero que llega. Ceder la plaza a esas personas, en lo que está reservado, pero mal ocupado o en cualquier otro asiento, eso está pasado de moda.

Hacerse el despistado o la distraída –mujer u hombre– para no ceder el asiento a esa otra persona –hombre o mujer– que tiene dificultades para mantenerse de pie en el autobús, es algo ya tenido por normal. Para este olvido viene de maravilla el móvil, que me permite no tener que ver unos ojos suplicantes a la búsqueda de un asiento.

Como estímulo a ese distraimiento, no tenemos sonrojo en reclamar la presencia de mascotas en el transporte público “porque, tanto perros como gatos, son animales de asistencia emocional”. La proposición es de una plataforma de recogida de firmas para que dichos animalitos puedan viajar en el metro.

Conclusión. Emocionalmente me satisface viajar con mi mascota pero la educación más elemental no atiende al beneficio de esos viejos achacosos, con dificultades y a los que no le presto la mínima atención. Contradicciones emocionales le llamaremos, por no emplear otro calificativo más bruto.

Hablo de valores cívicos, los cuales son básicos en una sociedad madura, supuestamente educada en la libertad, en la responsabilidad y en el respeto al próximo (prójimo) como complemento para el desarrollo personal. Civismo que comporta una dosis de empatía sazonada con algo de afabilidad y consideración hacia el otro porque, en definitiva, la buena educación solo exige respeto a los demás.

La empatía se entiende como la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos; es ser capaz de ponerse en la piel del otro con todas las consecuencias que ello comporta. Pero la empatía no está de moda. Ha sido desplazada por la antipatía, que es “un sentimiento de aversión y rechazo hacia una persona, animal o cosa”.

Está claro que vivimos en una sociedad irritada, egoísta, donde cada cual va a la suya; donde respeto, cortesía o deferencia se han quedado como palabras obsoletas y caducas. En su lugar aparece un despatarre mental y por qué no, también físico.

PEPE CANTILLO