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José Antonio Hernández | Leer y vivir la vida

Los profesores y los alumnos que se sorprenden cuando escuchan que el objetivo común y último de todos los niveles y de todos los ámbitos de la enseñanza es la lectura, probablemente, no advierten que leer es una destreza compleja en la que intervienen diversos mecanismos y múltiples factores.


Leer palabras no es solo deletrear grafemas sino, también, profundizar en los sucesos, adentrarse en uno mismo y, al mismo tiempo, acercarse a los otros; es escuchar y hablar; es ser otro sin dejar de ser uno mismo.

Adelanto mi pronóstico sobre la favorable acogida que obtendrá Marcel Proust (Barcelona, Paidós, 2022), obra de Roland Barthes que, a mi juicio, es oportuna, sorprendente y valiosa: aventuro mi opinión de que su lectura resultará sugerente y estimulante a los escritores profesionales y a los críticos aficionados, a los profesores y a los alumnos de teoría, de crítica o de historia de la literatura, y tengo la impresión de que, de manera especial, proporcionará ideas novedosas a los que ya conozcan por separado las obras del novelista Marcel Proust o del teórico y crítico Roland Barthes. Quizás la conclusión más importante sea que los dos son, más y antes que escritores, unos lectores cualificados de libros y, sobre todo, de la vida.

Estoy convencido, sin embargo, de que a quienes más aprovechará este libro será a aquellos lectores que sienten la vocación de escribir, pero que, como le ocurrió a Marcel Proust, experimentan durante largo tiempo la impotencia hasta que, finalmente, cuando temen que no dispondrán de tiempo para terminar sus obras, decidan entregarse plenamente a la escritura. La afirmación de Barthes es categórica: “El libro de Marcel Proust es la historia –no de una vida– sino de una escritura”

A los críticos les interesará la precisión con la que Barthes distingue las vidas del autor, del narrador y del personaje, su manera detallada de advertir las coincidencias y las diferencias, y, sobre todo, su crítica del uso que solemos hacer de las biografías.

En contra de los historiadores que afirman que la vida de un autor informa de su obra, Barthes defiende y demuestra que es la obra la que explica la vida: “la vida de Proust nos obliga a invertir este prejuicio: no encontramos la vida de Proust en su obra, sino que encontramos su obra en la vida de Proust”.

A partir de esta constatación Barthes concluye que el mundo no nos ofrece las claves para interpretar las obras literarias, sino que es todo lo contrario: son éstas las que nos abren el mundo para nosotros e, incluso, para identificar algunos sentidos de nuestras vidas porque, por ejemplo, “la verdad de Proust no viene de una copia genial de la `realidad´ sino de una reflexión filosófica sobre las esencias y sobre el arte”.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO