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La trinchera

Nuevo instituto, nuevos compañeros y nuevo horario, pero ellos siempre están ahí. Son fáciles de reconocer: se sientan al fondo, con la mochila sobre la mesa a modo de parapeto que absorba y neutralice cualquier tipo de enseñanza que les proyecten desde las filas enemigas.

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Desde su trinchera, observan la clase oteando el horizonte y calculando las medidas exactas que han de ser escrupulosamente respetadas en ese juego de tira y afloja cuyas reglas sólo conoce ellos y que les sigue garantizando su papel predominante en el grupo.

En el parte de guerra, publicado año tras año por la Consejería de Educación, los nombres de las víctimas aparecen soterrados entre promesas incumplidas y cifras de poliespan que ocultan con mimo la verdadera raíz del problema: que el sistema no ofrece una atención adecuada a aquellos alumnos que deambulan, malditos, de aula en aula hasta que cumplen la edad necesaria para abandonar el instituto.

No puedo, y hasta apuraría la línea de frenada para dejarla en el “no debo”, sacrificar a todo un grupo por uno o dos individuos a los que me es imposible ofrecerles la educación que necesitan: en primer lugar, porque no me han preparado para ello; en segundo, porque no dispongo de las herramientas necesarias; y, en tercer lugar, porque el sistema educativo que han diseñado aquellos que terminaron a duras penas la EGB no contempla, sencillamente, un itinerario para esta clase de alumnos.

Pero en el fondo les interesa. No es un problema que persista por falta de soluciones. Alguien tendrá que tragarse la ingente cantidad de basura que nos escupen a diario los grandes lobbys comunicativos; alguien tendrá que creer las promesas de aquellos que medraron repasando lingualmente los contornos nalgares de quienes estaban en auge en el momento.

Alguien tendrá que fletar su coche para ir a cualquier macrobotellón primaveral en lugar de perder el tiempo en alguna manifestación en la que luche por unos derechos que, cuando quiera usarlos, no quedarán ni los huesos.

Ellos son los favoritos del sistema: los que más barato resulta no formar, los más obedientes, los menos críticos. Necesitan alguien a quien robar sus depósitos bancarios de aquí a un par de décadas. Necesitan esclavos para el siglo XXI.

PABLO POÓ
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