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El Ocaso de los Dioses (2)

Hace algún tiempo, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman acuñó el término de “modernidad líquida” o “sociedad líquida” para referirse a una de las características esenciales del tiempo en el que vivimos: no hay nada sólido, no hay nada estable, todo se mueve y cambia sin que tengamos referencias permanentes que nos den cierto sosiego. Esta sensación es la que hoy predomina entre nosotros que vivimos con un futuro incierto y despertándonos cada día con noticias que nos hacen dudar de los que llevan el timón de una nave que parece estar en continua zozobra.

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Pero ya no es siquiera la inseguridad y desconfianza que generan los actuales líderes políticos, sino que aquellos que se creyeron como ‘dioses’ y que habitaron un día en el “Olimpo político de la piel de toro” han ido cayendo uno tras otro, de modo que la confianza que gran parte de la población les mostraba se ha ido diluyendo como un terrón de azúcar en un café. La desconfianza se ha hecho retrospectiva, por lo que el espejo retrovisor con el que miramos el pasado se nos ha empañado y vemos sombras difusas.

No solo el molt honorable Jordi Pujol, patriarca contemporáneo del nacionalismo catalán, es el que se ha desplomado del alto pedestal en el que se encontraba, sino que recientemente otro de esos pequeños dioses, como supuestamente era el “gran economista” Rodrigo Rato, el que siente que bajo sus pies no hay un suelo sólido de granito, sino que camina sobre arenas movedizas están a punto de tragárselo.

Y lo más terrible para ellos es que comprueban que nadie les asiste en esa lenta agonía en la que se encuentran, que ninguno de sus devotos seguidores o incondicionales amigos sale en defensa de ellos. ¡Qué duro es sentir que tiempo atrás el mundo estaba bajo tus pies y ahora constatar que eres un ‘paria’, que ni siquiera ya nadie llama a tu puerta a pedirte un favor!

El problema es que son otros tiempos; tiempos muy distintos a aquellos años en los que estrenábamos democracia, ya que entonces, como he indicado, se tenía una gran fe en los líderes de los partidos políticos, en las siglas, en las ideas que cada uno defendía.

Pero conviene continuar este recorrido que iniciamos en el artículo anterior para que comprendamos cómo fue el inicio de este periplo de cuatro décadas, y recordemos cómo se gestó desde el punto de vista electoral la democracia en la que vivimos.

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Con el fin de romper con la idea de fuerte liderazgo que por entonces predominaba en los partidos políticos y proyectar una visión más colectiva, el Partido Comunista de España (PCE), en las elecciones de 1979, presenta como cartel central una imagen grupal de cinco de sus miembros: Enrique Curiel, Ramón Tamames, Simón Sánchez Montero, Marcelino Camacho y Nicolás Sartorius.

Eran lo que por entonces se llamaba, dentro de la tradición comunista, una representación de “las fuerzas del trabajo y de la cultura”.

Si nos fijamos en la construcción de la imagen se dan algunos rasgos que convienen analizar. El encuadre se presenta en plano tres cuartos, es decir, la toma se realiza por las rodillas, al tiempo que se contempla al grupo en contrapicado, para resaltar y engrandecer el significado de los personajes que se muestran.

Llama la atención que todos tengan sus manos metidas en los bolsillos, lo que, desde el punto de vista de la comunicación emocional, es manifestación de cierta timidez. Esto se rompe con la mano en alto de Tamames que parece saludar, aunque no se sepa a quién lo hace. De igual modo, para evitar una rigidez excesiva, Sartorius tiene su mano derecha fuera del bolsillo, pero con el puño cerrado.

Trajes, corbatas, americanas, chalecos, jerséis, tejidos de algodón, de lana y de pana, muestran un repertorio de vestimentas, de las que el semiólogo francés Roland Barthes nos diría que forman un verdadero lenguaje, por medio del cual se nos dice que en el PCE había sitio no solo para los trabajadores y asalariados, sino que contaban con catedráticos, como era el caso de Ramón Tamames.

Por otro lado, sobre un fondo azul, aparece el lema “Vota PCE” en el lado izquierdo superior, al tiempo que en el derecho se muestra el logotipo del partido. Más abajo, encontramos el eslogan que se utilizó en la campaña de 1979, en el que se decía “Pon tu voto a trabajar”, aludiendo al mundo del trabajo y relacionándolo con la base de toda democracia: la consulta a través de las elecciones y entregando el voto al PCE es como si estuvieras inserto en el mundo laboral.

Desde la distancia que marcan más de tres décadas, nos preguntamos: ¿qué fue de cada uno de los que aparecían en el cartel? Simón Sánchez Montero y Marcelino Camacho fallecieron; Nicolás Sartorius, tras la creación junto a Cristina Almeida del Partido Democrático de Nueva Izquierda, acabó en las filas del PSOE; Enrique Curiel también pasó al PSOE, falleciendo en 2011; y Ramón Tamames, tras distintos avatares, abandonó la lucha política y se marchó a aguas más tranquilas y rentables como fueron las de los negocios.

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Las elecciones de 1979 fueron un varapalo para el PCE, pues dentro del partido no se esperaba que tras los duros y largos años de lucha contra el franquismo obtuvieran solo 23 diputados. El sentimiento de decepción era muy grande. ¿Qué había sucedido para que se produjera ese resultado tan injusto?

Se podrían buscar distintas respuestas a este interrogante. Lo cierto es que se comprobó que el peso en la lucha social no se corresponde necesariamente con el apoyo electoral que después ofrece una población cuyas ideas, opiniones, creencias o aspiraciones son muy diversas.

En las siguientes Elecciones Generales, correspondientes al año 1982, se rompe el planteamiento de mostrar el concepto de equipo que había sido la idea central de la campaña precedente. Ahora en los carteles se plasmará la imagen del fuerte liderazgo que mantiene Santiago Carrillo como secretario general del PCE.

Así, en un primer plano largo, se muestra la fotografía del líder comunista. Con traje y corbata, sonriente y con mirada de medio perfil a la derecha, se enmarca su figura dentro de un cartel en el que aparecen el logotipo del partido y el eslogan de la campaña.

El eslogan utilizado, “Para que nada se pare”, resulta ser verdaderamente anodino. Pero es que ya entramos en las campañas electorales insulsas, en las cuales los rostros sonrientes, los lemas electorales, hasta los colores elegidos casi son intercambiables de un partido a otro.

Pero lo que más llama la atención es que el fondo utilizado se corresponde, de forma un tanto suavizada, a los colores de la bandera española de la monarquía: rojo y amarillo.

Hay que recordar que esta fue una de las condiciones que aceptó el PCE para su legalización. El abandono de la lucha por la República y no mostrar públicamente la bandera que la representaba fueron dos de las grandes renuncias que tuvo que hacer para ser un partido reconocido por la legalidad de la democracia que se creaba.

Las elecciones de 1982 fueron verdaderamente catastróficas para el PCE, ya que solo sacó 4 diputados, mientras que el PSOE se alzó con la mayoría absoluta al lograr 202, cifra que jamás se volvería a alcanzar por ninguna otra formación política. El tercero sería Alianza Popular, que en coalición con el pequeño Partido Demócrata Popular, obtendría 106 diputados.

Comenzaba, pues, el bipartidismo que ha sido la seña de identidad de nuestra democracia hasta días actuales, en los que parece que se acabará con la alternancia de dos partidos.

Santiago Carrillo falleció a la edad de 97 años, tras haber abandonado el partido en el que fue secretario general durante décadas. Creó un fugaz Partido de los Trabajadores y cerró una vida dedicada a la política con un alejamiento de lo que había sido sus referentes en su larga vida. Su ocaso, más lento que el de otros, fue verdaderamente significativo.

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Tras la muerte del dictador, la derecha española se organiza, principalmente, en dos frentes: uno, liderado por Adolfo Suárez, en el que se agrupan distintos partidos de carácter centrista con la denominación de UCD; el otro, con el perfil de la derecha pura, liderada por Manuel Fraga, y que sería Alianza Popular.

Manuel Fraga, como todos podemos recordar, fue ministro de Información y Turismo en la dictadura franquista desde 1962 a 1969, así como vicepresidente del Gobierno y ministro de la Gobernación entre diciembre de 1975 y julio de 1976, por lo que de manera inequívoca suponía cierta continuidad con el régimen de Franco.

El gran despegue de Alianza Popular se produce en las elecciones de 1982, al ser el segundo partido más votado con 106 diputados. El batacazo del CDS, segundo partido liderado por Adolfo Suárez, fue monumental, ya que solo logró 2 diputados.

Se empezaba a aclarar el panorama de la derecha española, que arrinconaría definitivamente al que había sido el primer presidente de la democracia posfranquista.

El cartel básico que presentaba Alianza Popular era inequívoco en su mensaje. En letras de gran tamaño aparecía “Es la hora de Fraga”. Y, efectivamente, empezaba la emergencia de la derecha española a través del líder que la representaba.

Para que no quedara ninguna duda, en los otros carteles que se habían diseñado se volvía a insistir en el liderazgo indiscutible de Manuel Fraga, ya que en ellos se invitaba a votar con el lema: “Todos ganaremos con Fraga”.

Resulta curioso que las letras del logotipo de Alianza Popular, de color rojo, aparecieran sobre un fondo de color amarillo dorado, evocando a la bandera monárquica, al igual que lo hacía el cartel en el que aparecía Santiago Carrillo. Pero es que eran tiempos muy patrióticos, y tras la intentona del golpe de Estado de Tejero, en el año 1981, todos se habían vuelto “juancarlistas”.

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Pero la derecha todavía estaba dispersa y era necesario agruparse, lógicamente a través de su máximo representante. Es lo que sucede en las Elecciones Generales de 1986 a las que se presentan de manera conjunta AP, PDP y el Partido Liberal.

En el cartel central, el rostro de Manuel Fraga en primer plano, mirando de perfil hacia la derecha y recibiendo desde la derecha la luz (¡siempre hacia la derecha!), quedaba patente de que era el líder indiscutible de esta opción política en nuestro país.

Coalición Popular, denominación con la que se presentaba esta agrupación electoral de tres partidos obtuvo 105 diputados, tras ser ganadas otra vez por el PSOE, que bajaba a 184. Izquierda Unida, que se presentaba por primera vez obtenía la cuarta posición con 7 diputados.

El empeño de Fraga de unir a toda la derecha española tuvo su fruto. Así, en el congreso de refundación de 1989, Alianza Popular pasaría a denominarse Partido Popular. El nuevo partido aglutinaría a toda la derecha española, desde los liberales, pasando por los democristianos hasta la derecha pura y dura. Todo un triunfo para su líder carismático.

Manuel Fraga falleció el 15 de enero de 2012 habiendo dejado el legado de una larga trayectoria que representa a la de la derecha española. Hoy sus herederos se encuentran en el ojo del huracán, dando la sensación de que la nave pilotada por un pusilánime Mariano Rajoy ha perdido la brújula entre tantos casos de corrupción.

AURELIANO SÁINZ